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PELÍCULAS / CRÍTICAS

R U There

por 

- Las peripecias reales y virtuales de un jugador profesional de video-juegos en Taiwan. Un brillante trabajo del holandés David Verbeek presentado en 2010 en el Festival de Cannes

En esta época en que lo virtual tiene un lugar cada vez más real en el cine, entre las imágenes de síntesis que seducen a los espectadores y las redes sociales utilizadas para atraerlos, es evidente que el séptimo arte exploraría tarde o temprano esta dimensión, y a través de ella a una generación informatizada y cosmopolita que establece con el mundo un nuevo tipo de contacto. La 63ª edición del Festival de Cannes dio buena cuenta de ello tanto en su sección oficial, con Chatroom [+lee también:
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–en concurso–; L'Autre monde [+lee también:
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, de Gilles Marchand –fuera de concurso–, como en Una Cierta Mirada, con la película neerlandesa cuyo título evoca la ortografía de los nuevos métodos de comunicación instantánea: R U There [+lee también:
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, tercer largometraje de David Verbeek, cuyo guión fue escrito por su colaborador habitual, Rogier de Blok.

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La película sigue de cerca, con grandes planos, a un campeón de videojuegos profesional, Jitze (Stijn Koomen), venido de Taipei para concursar, activando a golpes de clics el destino fatal de un soldado al cual se identifica en la vida real- a partir de la escena de apertura, mientras que espera en el aeropuerto, se lo ve hacer gimnasia y seguir entrenándose a dar en el blanco. Vigila también su alimentación (tiene que usar con moderación su “sistema”, dice él) y vive una existencia como paralela a la del resto del mundo, sus propios auriculares en los oídos incluso en lugares donde la música es ya ensordecedora.

Jitze es el amo de un universo personal sin conexión (irónicamente) con el que lo rodea. Así, testigo de un accidente, lo observa sin reaccionar, ausente, como lo sugiere el título de la película. Y luego ocurre algo que no se puede definir: Jitze se hiere, se equivoca de “focus” (pseudónimo de otro candidato), pierde su concentración, y observa que “algo cambió” en su esfera perfectamente controlada que le obliga a establecer un contacto con el mundo y a buscar la tranquilidad, en primer lugar virtualmente en el marco del juego Second Life, luego en este Taiwán donde fuera del caos de las ciudades, ofrece una naturaleza tan exuberante y mágica como la su evolucionado avatar electrónico.

Verbeek se divierte, a lo largo de la película, a oponer y superponer al mismo tiempo los contrarios, en una cultura donde la contradicción no tiene el sentido que le atribuye la filosofía occidental. De la misma manera que virtual y real se confunden en el espíritu de Jitze, las divisiones binarias (alma y cuerpo, cacofonía urbana que acosa al espectador casi físicamente y en silencio bucólico…) son siempre reconciliables para los indígenas con los cuales intenta establecer un contacto por medio de su “guía” Min Min (que no puede comprar ni siquiera si la paga). Parecería que la confusión del principio se cambiase poco a poco en serena fusión.

El tratamiento que Verbeek propone del tema elegido, muy actual, es exhaustivo, en favor del contexto asiático donde eligió hacerlo y del diálogo entre las imágenes filmadas y las imágenes dibujadas a través de las cuales muestra el paisaje mental de su personaje, de cimas de palmeras sobre fondo blanco del aeropuerto del principio a aquellas bajo las cuales se acuesta, sereno, como si, al dejar su joystick, se abandonara de modo pasivo a esta armonía de los tiempos modernos.

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(Traducción del francés)

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