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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Amnesty

por 

- Intensa ópera prima del albanés Bujar Alimani, ganador del premio especial del jurado, el premio Fipresci y el premio Cineuropa en el Festival de Cine de Europeo de Lecce de 2011.

"Es una paso para hacer más humano el sistema penitenciario. Lo imponen las leyes europeas. Hay que respetarlo para poder entrar en la Unión". Con estas palabras explica un funcionario de prisiones a Spetim el nuevo derecho concedido a los presos albaneses: una hora, una vez al mes, para ser visitado por su cónyuge y mantener relaciones sexuales. La mujer de Spetim está en la cárcel. En otra habitación de la misma cárcel, Elsa recibe la misma explicación. Su marido está entre rejas y podrá verlo el día 5 de cada mes, el mismo día y a la misma hora que Spetim. Pero ninguno de los dos está especialmente contento. "Es la ley", remacha el guardia, y como tal la verán los protagonistas, como una imposición.

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, intensa ópera prima del albanés Bujar Alimani, es estremecedora, lo que le ha hecho merecedora de tres galardones en el Festival de Cine Europeo de Lecce: premio especial del jurado, FIPRESCI y Cineuropa. Retrato de una Albania dividida entre el ansia por el progreso hacia Europa y la tradición del pasado, la película se desarrolla en una gris Tirana, de edificios en malas condiciones y poco trabajo. Elsa (Luli Bitri) está en el paro, tiene dos hijos y vive con su retrógrado suegro (Todi Llupi). Spetim (Karafil Shena) trabaja en una fábrica de pintura y, cuando no está ocupado viendo películas eróticas, se pelea con la lavadora, que no quiere funcionar. Sus vidas son desgraciadas, deprimentes, sin salida. Un día, mientras esperan su turno en la cárcel, se encuentran por casualidad con testigos de la boda de un preso, que se casa con la hermosa y alegre Maya (Mirela Naska).

El entusiasmo y la pasión de Maya sirven de contrapunto con el desencanto y la escualidez de la vida de Elsa y Spetim, con sus visitas mensuales a sus respectivas parejas, en sórdidas celdas, sin la menor emoción. Los rostros de sus respectivos cónyuges no se muestran jamás, ni se oye su voz. Son simplemente cuerpos impuestos, extraños. Elsa y Spetim vuelven a encontrarse en el bar situado enfrente del penitenciario y luego de nuevo en el autobús. “Testigos”, se repiten. Y una sonrisa aparece en sus rostros. Van a casa de Spetim. Ella abre el piano, quita el trapo que cubre las teclas y toca una melodía, como si abriese el corazón de él. En la misma escena, el director trabaja sobre otro símbolo, la relación de Spetim con su lavadora. Está siempre rota porque está bloqueada por una media de nylon, una objeto de una mujer que ya no está.

El encuentro amoroso entre los dos, a diferencia de los conyugales, que son mostrados en toda su crudeza, se intuye a través de una puerta de vidrio. Ven en el otro la posibilidad de una existencia distinta. Pero una inesperada amnistía devolverá a casa a sus respectivas parejas, llevando alegría solo a Maya, y pondrá fin a su relación.

El realizador ha estudiado pintura en la Academia de Bellas Artes de Tirina, y se ve. Algunas secuencias se caracterizan por los fuertes contrastes de luces y sombras inspirados en Caravaggio, que exaltan el dramatismo de las escenas y los detalles de los cuerpos. El silencio es dominante. Pocos diálogos, ausencia total de música, a excepción de la escena en la que el suegro de Elsa toca la gaita, típica de Pogradec, pueblo natal de la protagonista. Huellas de una cultura arcaica que al final se impondrá violentamente sobre quien habría querido mirar hacia el futuro.

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(Traducción del italiano)

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