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EDITORIAL

Editorial: ¿Es realmente una excelente noticia el retroceso de Hollywood?

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- Una vez concluida la 62ª Berlinale, Cineuropa reflexiona sobre la línea editorial del festival y las consignas de Mike Leigh.

“Por una vez en la historia parece que la tradicional dominación de Hollywood está disminuyendo, lo que beneficia a los cines del mundo. Es una noticia excelente”. Estas palabras, partidistas, que pronunció Mike Leigh, presidente del jurado internacional de la 62ª Berlinale, durante la apertura del certamen, anticipaban una competición que dejaba prácticamente de lado a los Estados Unidos para abrir las puertas a Europa, Indonesia, Senegal o Filipinas, de cuya oferta pudieron disfrutar más de 300.000 espectadores, la mayoría de los cuales berlineses, un pueblo de reconocida sensibilidad política y artística.

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Habida cuenta de esta multitud y de los prestigiosos invitados que desfilaron por la alfombra roja del Palast —Hollywood sí tuvo aquí, en cambio, una gran representación—, podemos afirmar que los diez días del festival fueron una fiesta del cine a escala mundial. Tras las cámaras, al otro lado de una lente no siempre plana e inmaculada como en las producciones cinematográficas más exigentes, se atribuyeron una serie de premios; pero ¿qué se celebraba exactamente? ¿Qué ventanas se nos han abierto además de la mera exhibición?

Uno constata con claridad que estos “cines del mundo” reflejan una procesión de calamidades que la Berlinale —igual que Cannes o Venecia anteriormente— ha maquillado bajo la apariencia de desfile de alta costura. Hemos visto secuestros de niños (A moi seule [+lee también:
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), masacre de gitanos (Just the wind [+lee también:
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), fundamentalismo islámico (Captured [+lee también:
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), el sufrimiento de niños en África (Komona) y Suiza (Sister [+lee también:
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); hemos revivido los dramas de Fukushima, del 11 de septiembre de 2011, de la primavera árabe, de la cumbre del G8 en Génova y de la guerra, en los Balcanes y en otros territorios. Algunos interpretarán este balance como la confirmación de un cliché que se suele asociar al festival de Berlín, y, de forma más general, al cine europeo: el de la apología de la miseria y de un molesto sentimiento de culpa. Poco importa la porquería que haya fuera: siempre habrá una ventana abierta para contemplarla desde el interior limpio y cómodo de una proyección precedida por una alfombra roja.

Tras el Oso de oro otorgado a los hermanos Taviani por su magnífica obra de arte encontramos la Camorra y el drama carcelario. Estamos lejos tanto de las películas que Hollywood produce en cadena para hacer soñar con el “American way of life como del sueño intrínseco que —antes que en el Arte— se encuentra en el origen mismo del Cine.

Igual que Mike Leigh y millones de profesionales europeos, me alegra el retroceso que experimenta la industria hollywoodiense, pero el día después de la fiesta, el ciudadano del mundo que soy pone en tela de juicio los verdaderos méritos del crecimiento de un cine cuyo valor radica exclusivamente el filmar los males de nuestro tiempo. ¿No son estos la marca de nuestra progresión? Si asociamos este estado neurasténico a los cines del mundo, Hollywood se beneficiará de ello cuando vuelva a crecer y el retroceso, el nuestro en esta ocasión, será terrible.

Un festival internacional —y de primera categoría— tiene la facultad de equilibrar su selección oficial y la Berlinale no ejerce ese poder. Esta 62ª edición demuestra que en esta crisis que atravesamos todos parece que, felizmente, una serie de artistas desempeñan con gran acierto su papel de transmisores; sin embargo, tal vez sería más conveniente que un festival de semejante repercusión internacional no perdiera totalmente de vista a los vendedores de sueños —bastarían incluso artesanos— porque en una sociedad que sufre también es importante su función: contar buenas noticias, noticias excelentes.

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(Traducción del francés)

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