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SEVILLA 2013

Los chicos del puerto: infancia abandonada

por 

- El festival proyecta la tercera película de Alberto Morais, un film naturalista y silencioso que retrata sin estridencias la deshumanización del mundo actual

Los chicos del puerto: infancia abandonada

Alberto Morais nació hace 37 años en la ciudad castellana de Valladolid, pero creció en Valencia, una de las más sacudidas por la corrupción en España y cuyo canal autonómico de televisión (que ha apoyado económicamente este film) ha sido clausurado recientemente. Su mirada, como la de los niños que protagonizan Los chicos del puerto [+lee también:
tráiler
ficha de la película
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(que se puede ver en el Festival de Cine Europeo de Sevilla dentro de la vanguardista sección Las nuevas olas, y se estrena en salas españolas este mismo viernes) observa de forma naturalista una realidad penosa a la que estamos abocados si no empezamos a rebelarnos.

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Siguiendo los postulados de sus muy admirados Pasolini, Erice y Bresson, Morais acompaña con su cámara, casi de puntillas, sin hacer ruido, a tres niños que deambulan por diferentes paisajes de la urbe levantina. Así, los pequeños pasan del industrial puerto de Valencia y de un barrio marginal como Nazaret (en cuyo cine de verano en ruinas ellos juegan al balón), al marco futurista y artificial de la ambiciosa Ciudad de las Artes o encuentran cobijo en el parque de la que fue cuenca del río, en un periplo imposible de dos días, alimentado por la misión de cumplir el deseo del abuelo -encerrado bajo llave- de Miguel, el mayor de ellos: depositar una chaqueta militar republicana ante la tumba de un amigo fallecido. Esos no lugares cobran vida a lo largo del metraje y se convierten en un personaje más.

Como en su anterior film, Las olas [+lee también:
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, que cosechó gran éxito en varios festivales, el desplazamiento marca la estructura del relato: el viaje triste y solitario de tres niños desubicados, un itinerario opuesto diametralmente al de la alegre serie de dibujos animados de Willy Fog que emite la televisión en sus casas. Estamos pues ante un tipo de cine social que no emplea el subrayado de las situaciones ni la complacencia hacia sus personajes, al contrario, la cámara se pone a su altura, se cuestiona cómo sobreviven y muestra una realidad abierta a la interpretación del espectador, sin moralizar o lavar conciencias.

Película personalísima, al margen de la industria e hija de su tiempo, habla de abandono, desmantelamiento y de crisis del sistema social, cuyos cachorros recurren a la amistad para crear su propia familia, más auténtica y cálida que esos padres que apenas interaccionan ni hablan con sus hijos. Como consecuencia de todo ese desastre, estos chicos del puerto -seleccionados por el propio director en un casting de 650 críos- son criaturas que no tienen más remedio que adoptar una actitud adulta: es su única forma de sobrevivir en esta guerra.

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