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PELÍCULAS España

Amama: raíces profundas

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- El primer largometraje de ficción de Asier Altuna en solitario es un bello poema de amor a la tradición a la vez que el retrato del conflicto entre generaciones

Amama: raíces profundas

Un hombre corre angustiado por el bosque: lleva sobre sus espaldas a una anciana mientras arrastra una cuerda sin fin... La intrigante, hermosa, potente y muy simbólica primera escena de Amama [+lee también:
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dicta ya el tono, la intención y el estilo narrativo del primer largometraje de ficción (previamente, en 2005, rodó junto a Telmo Esnal Aupa Etxebeste! y a solas el documental Bertsolari [+lee también:
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, de 2011) de Asier Altuna (Bergara, Gipuzkoa, 1969), que se presentó en la 63 edición del Festival Internacional de San Sebastián. Hablada en euskera, fue, tras Loreak (Flores) [+lee también:
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, la segunda película de estas características que competía en la sección oficial del certamen, donde cosechó el premio Irizar al cine vasco (leer más).

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Amama pues, desde sus fotogramas de apertura, renuncia a la narrativa estándar y la palabrería explicativa para apostar por las miradas, los silencios y la simbología. Son las estéticas imágenes y su ágil montaje las que narran y significan tanto o más que los diálogos, y por esa vía conoceremos a una familia que vive en un caserío, en medio de la poderosa naturaleza norteña: la tradición dicta que el hijo más capacitado herede dicha propiedad y la mantenga íntegra, pero cuando aquél decide emigrar, las dudas acechan al progenitor, un recio y poco comunicativo hombre de campo, a quien le cuesta aceptar los cambios que, tan aceleradamente, traen los tiempos modernos. Es entonces cuando la responsabilidad recaerá sobre Amaia (Iraia Elías), la hija del matrimonio formado por Tomás (Kándido Uranga) e Isabel (Klara Badiola), pero la chica se debate entre la vida urbana y la rural, sus inquietudes artísticas y los lazos ancestrales que la atan a la tierra, chocando frontalmente con el temperamento autoritario de su padre.

Pues este desgarrador drama de poderosa imaginería habla de determinismo familiar, roles impuestos y mundos autosuficientes que están a punto de extinguirse. Altuna (coguionista junto a su colega Telmo Esnal) conoce perfectamente lo que cuenta, pues nació y creció en uno de esos caseríos que alimentaba a una unidad familia sin necesidad de recurrir al exterior. Allí el peso del linaje es como un equipaje del que no podremos desprendernos nunca, y esa primera imagen del film lo plasma con un lirismo, magia y sensibilidad extraordinarios.

La fotografía –con insertos rodados en súper 8 a modo de álbum familiar– de Javier Aguirre Erauso mima los escenarios naturales de los montes de Artikutza donde se ha rodado el film y la música por momentos desgarradora de Javi P3z y Mursego enfatiza los estados anímicos por los que pasan los personajes principales: ese padre y esa hija que, aún viviendo en mundos cada día más distantes, harán el esfuerzo por entenderse, quererse y respetarse. Todo ello ante la atenta y silenciosa mirada de esa abuela (Amparo Badiola) que titula esta película rebosante de verdad, nostalgia y amor a la cuna de su director (leer entrevista), lo que no impide que su mensaje tenga calado mucho más allá del País Vasco.

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