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GIJÓN 2015

La calle de la amargura: de putas tiernas y enanos enmascarados

por 

- Un Arturo Ripstein en estado puro, producido entre México y España, abrió –con su libre recreación de un tragicómico suceso real de los bajos fondos del D.F.– el Festival de Gijón

La calle de la amargura: de putas tiernas y enanos enmascarados
Silvia Pasquel en La calle de la amargura

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recaló, antes de inaugurar el pasado viernes el 53 Festival de Gijón, en Toronto y Venecia. El propio Arturo Ripstein, a sus enérgicos y dicharacheros 72 años, vino a presentarlo a la ciudad asturiana sin la compañía de su pareja sentimental y en labores de guión: la no menos genial Paz Alicia Garciadiego, con quien ha gestado hasta la fecha 14 títulos: ella fue quien, leyendo una “nota roja” –la sección de sucesos en la prensa mexicana– se inspiró para escribir el argumento de esta tragicomedia blanquinegra, protagonizada por la picaresca que puebla el subsuelo de la capital de México.

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Estamos pues, en puro territorio Ripstein, en callejas oscuras, casas desconchadas y almas no menos golpeadas: dos putas, en la edad de retirarse, se ven involucradas en un involuntario acontecimiento en el que dos gemelos enanos, que nunca se desprenden de su máscara de lucha, serán las víctimas. El autor de otros frescos de la ciudad que tanto ama –como La reina de la noche y La virgen de la lujuria– mueve su cámara, entre oscilante, sinuosa y flotante, con sus frecuentes planos secuencias, por esas cañerías subterráneas y roñosas de una ciudad -cuyo bullicio lejano no dejamos de oír- para que conozcamos a sus tristes putas amadas (Patricia Reyes Spíndola y Nora Velázquez): una combina el oficio más cuestionado de la humanidad con la explotación mendicante de una anciana, a la que transporta en buñueliano carrito; la otra tiene que lidiar con una hija adolescente tirana y con un marido que le roba su lencería para lucirla en encuentros secretos con muchachos. Así, estas dos mujeres son tan peleonas de la vida como la otra pareja protagonista, aunque los liliputienses lo hagan sobre un ring.

El denso lumpen que retrata Ripstein con el apoyo de la fotografía en blanco y negro (algo habitual en la filmografía del maestro mexicano) de Alejandro Cantú es tremendo, pero también humano: sus viejas prostitutas, aunque traspasen varios límites legales, son, en el fondo, almas puras, piadosas y compasivas, rameras de profundos sentimientos que deben lidiar con el rol que les ha tocado vivir con la mayor dignidad posible y sin dejar, en el fondo, de amar.

La calle de la amargura, que se cierra –irónicamente– con una alegre canción entonada en francés por Luis Mariano, se convierte para el espectador en una extraña inmersión en un universo que, de tan realista, parece un sueño... o una pesadilla. Ripstein vuelve a conmovernos escudriñando con su mirada en las cloacas ocultas de nuestra sociedad, mezclando milagrosamente humor, muerte y ternura en esta fábula heredera de la picaresca española de Quevedo, Mateo Alemán y, por supuesto, de las Divinas palabras de Valle Inclán: un universo grotesco y melodramático, poblado de eternos perdedores que también plasmó con su pincel Francisco de Goya.   

La calle de la amargura es una coproducción entre la mexicana Productora 35 y la española Wanda Vision. De sus ventas internacionales se ocupa la compañía con sede en Madrid Latido Films.

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