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CANNES 2018 Semana de la Crítica

Crítica: Shéhérazade

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- CANNES 2018: Un retrato ultra realista de la delincuencia juvenil en Marsella y también una historia de amor sorprendente y cautivadora, cortesía de Jean-Bernard Marlin

Crítica: Shéhérazade
Dylan Robert y Kenza Fortas en Shéhérazade

“Crecí aquí, no sé a dónde más ir”. Con 17 años, Zachary es un joven que viene de un vecindario pobre de clase obrera en Marsella. Un adolescente que ha pasado su vida en calles grises y entre edificios junto a sus amigos que trafican droga. Con algo de gitano, Zac, quien ya ha cometido “todo tipo de robos” acaba de salir de un centro de detención juvenil, solo para descubrir que su madre no lo quiere de vuelta. Y ya que el hogar en donde termina no es realmente de su agrado, y nuestro muchacho que tiene el hábito de no seguir consejos, rápidamente decide escapar a su viejo vecindario en donde puede sentirse una vez más como un pez en el agua. Así es como comienza Shéhérazade [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, el filme más reciente de Jean-Bernard Marlin (ganador del Oso de Oro por mejor cortometraje en Berlín 2013), presentado en una proyección especial durante la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes, un sorprendente primer largometraje inspirado en una historia real y única, y llevada a cabo por un grupo de actores no profesionales cuyas vidas no están a miles de kilómetros de distancia de aquellas que vemos en la pantalla.

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Tras un prólogo con imágenes de archivo que documenta las olas de inmigrantes que llegaron a la ciudad en la década de 1960, los primeros barrios que surgieron en los alrededores y la construcción de gigantescos edificios de cemento, el filme regresa al presente para contar la historia del casual encuentro entre Zac (Dylan Robert) y Shéhérazade (Kenza Fortas), una chica de edad similar que se prostituye independientemente junto con algunas amigas/compañeras de trabajo. Prófugo otra vez, huyendo de un juez que quiere enviarlo a un nuevo hogar en Tolón, Zac recurre a su amigo y líder de banda, quien educadamente lo rechaza y no lo acoge como otro traficante por miedo de atraer la atención de la policía. Sin hogar, Zac es acogido por Shéhérazade; a ella le gusta Zac y le permite dormir en su pequeño estudio. Sin nada mejor que hacer, el joven comienza a pasar tiempo con Shéhérazade hasta que un día esta le pide que la proteja mientras se encarga de algunos clientes. A cambio, le ofrece algo de dinero y a medida que pasa el tiempo Zac comienza a brindarle servicios de protección similares a las otras chicas. Tras un brutal enfrentamiento con un grupo de chulos búlgaros, Zac se ve obligado a pedirle ayuda a su antiguo amigo líder de banda, cuya pandilla inmediatamente se encarga de la situación (con armas en mano) a cambio de 500 euros al día. Zac es ahora un chulo y a pesar de sus mejores intentos de negar esto (“Respeto a las mujeres pero no a las rameras”), está enamorado de Shéhérazade y ella comparte el sentimiento (“esta es la primera vez que me he sentido así con un muchacho; quiero hacer más cosas ahora”). Pero su relación tiene muchas contradicciones y las cosas solo empeorarán para ellos, forzando a Zac a tomar una decisión difícil e irreversible.

Haciendo alarde de un grado increíble de autenticidad gracias a su reparto, sin mencionar la conmovedora actuación de sus dos protagonistas, Shéhérazade es un ejemplo muy fino de cine de cinema vérité bien ejecutado. Aunque las tomas son deliberadamente crudas, también fueron trabajadas con mucho detalle por el director de fotografía Jonathan Ricquebourg. El libreto (escrito por el director junto con Catherine Paillé) sigue un patrón clásico y funciona bien, agregándole niveles adecuados de luminosidad a un filme muy realista que evita exitosamente los errores comunes del voyerismo y el sensacionalismo para contar la trágica historia de estos jóvenes y de su pueblo. 

Shéhérazade fue producida por Geko Films y coproducida por Arte France CinémaFilms Boutique se encarga de sus ventas internacionales.

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(Traducción por Javier Campos)

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