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CANNES 2018 Competición

Crítica: Cafarnaúm

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- CANNES 2018: La cámara de Nadine Labaki penetra en las barriadas de chabolas de Beirut para contarnos la desgarradora historia de supervivencia de un niño que no pidió nacer

Crítica: Cafarnaúm
Boluwatife Treasure Bankole y Zain Al Rafeea en Cafarnaúm

La escena de apertura de Cafarnaúm [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, tercer largometraje de la libanesa Nadine Labaki, presentado a concurso en el 71° Festival de Cannes, es bastante terrible: un niño de 12 años, condenado a cinco años de reclusión por haber apuñalado a "un hijo de perra", como él dice, es llevado esposado ante el juez. Cuando Zain alza su mirada clara e increíblemente lúcida para hacer su declaración ante el magistrado con un vocabulario de adulto, no hay vacilación alguna en su voz: desea atacar a sus padres por haberlo traído al mundo. Este personaje, al que ya no abandonaremos, está formidablemente interpretado por Zain Al Rafeea (cuya existencia se parece bastante a la suya, como la de todos los actores reclutados en las calles de Beirut que forman el elenco, francamente extraordinario) y va a llevar todo el peso de la película y de la situación que describe. Hacen falta unas condiciones de vida realmente espantosas para quitar a un chiquillo toda alegría de vivir. El crío es ignorado por todos, incluido el estado.

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La película se propone a partir de entonces contarnos cómo hemos llegado hasta ahí. De consternación en consternación, constatamos primero el tipo de padres indignos que son Souad y Selim, aun en semejante barrio popular, donde todos los niños son dejados de la mano de Dios salvo un puñado que va a la escuela. Ahí comprobamos la ausencia total de amor con la que explotan a su progenie (para muestra, la parte en la que manipulan estupefacientes), convirtiendo a los hijos en parias. Por mucho que digan que Sahar podrá comer lo que quiera en cuanto encuentre un marido, temblamos ante la imaginación de una treintañera esposa a partir de esa cría de apenas once años. Para Zain, que ha hecho todo lo que está en su mano por ayudar a su hermana a esconder que "ya era una mujer", esta separación desgarradora se lleva consigo el último fragmento de niño que le quedaba dentro.

Su errancia lo lleva, en autobús, a un parque de atracciones. Allí conoce a Rahil (Yordanos Shiferaw), una etíope sin papeles que limpia allí y haría lo que fuera por su bebé Yonas (que lleva al trabajo en secreto, escondido en un bolso). A su lado, Zain cree entrever una vida de familia casi “normal”, en el seno de la cual el amor existe, por lo menos. De repente, Rahil también desaparece y será con el pequeño espabilado y el bebé (del que Zain se ocupa mejor que un adulto, con una ternura y una determinación conmovedoras) con quien pasaremos el resto de la película: viéndolos sobrevivir día tras día a duras penas en la ciudad de las chabolas. Cuando les cierran sin piedad la última puerta, la del alojamiento precario de Rahil, y se hunde el sueño de Zain de ir con Yonas a Suecia haciéndose pasar por dos hermanos emigrantes, el Capernaum social, moral y humano que es su situación se convierte en un callejón sin salida y obliga a Zain a tomar una decisión espeluznante.

El implacable destino de Zain está muy bien escrito y presentado en un universo precario fotografiado magistralmente (las vistas en picado son especialmente impactantes) que, sin duda, obedece a un prisma maniqueo. Tanto es así que el chiquillo (al igual que todos los demás niños del film) resulta, como no podía ser de otra manera, irresistible. Y es que la cuestión de los derechos humanos y, en particular, la de los derechos de los niños no permite ningún término medio y no podía representarse, qué duda cabe, sino en una película que trate de rompernos el corazón.

Cafarnaúm es una coproducción de la libanesa Mooz Films y la francesa Les Films des Tournelles. Wild Bunch es su agente de ventas internacionales.

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(Traducción del francés)

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