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PELÍCULAS / CRÍTICAS Estados Unidos / Reino Unido

Crítica: Oppenheimer

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- La esperadísima película de Christopher Nolan sobre el "padre de la bomba atómica" tropieza con muchos de los escollos del formato del biopic

Crítica: Oppenheimer
Cillian Murphy en Oppenheimer

No debería sorprendernos que ser la persona a la que se le atribuye la invención de la bomba nuclear provoque sentimientos encontrados en J. Robert Oppenheimer. Sin embargo, el hecho de que este hombre (interpretado por Cillian Murphy) sintiera cierto arrepentimiento después de que su invento se utilizara para matar a miles de personas en Hiroshima y Nagasaki se presenta como una gran revelación al final de Oppenheimer [+lee también:
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ficha de la película
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, la nueva película de Christopher Nolan. Este momento desconcertante es tan solo uno de muchos en la película, ya que la gravedad que imprime la dirección de Nolan no está a la altura de la novedad o sorpresa que pretende atribuir a los hechos. También experimentamos esta misma sensación de extrañeza durante una ridícula secuencia que ilustra los celos que siente la mujer de Oppenheimer (Emily Blunt) por su antigua novia (Florence Pugh), una dinámica bastante banal que no justifica un tratamiento tan exagerado. Del mismo modo, una escena que muestra a Oppenheimer pronunciando un discurso triunfal tras el lanzamiento de la bomba resulta redundante y de mal gusto. De hecho, su juego con la perspectiva subjetiva y las imágenes surrealistas parece más una ingenuidad, propia de un estudiante de cine, que algo sincero.

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Aunque pueda sonar contradictorio, las emociones que siente “el destructor de mundos” a causa de su invento no son tan interesantes. Por otro lado, el viaje que llevó a este científico a construir un arma resulta mucho más fascinante y más propenso a la dramatización.

Durante las primeras secuencias, la película condensa los acontecimientos que llevaron al profesor a formar parte del proyecto Manhattan, con una rapidez y una cantidad de clichés que recuerdan a Dewey Cox: Una vida larga y dura, esa sátira atemporal repleta de estereotipos biográficos. Parece que cada vez que el joven Oppenheimer entra en una habitación, se encuentra con un famoso científico que le dice dónde tiene que ir a continuación. Esas primeras secuencias expositivas resultan densas y están repletas de información biográfica muy detallada, pero superflua y presentada de forma torpe. Sin embargo, el propio Nolan parece ser consciente de ello, ya que yuxtapone dos momentos importantes de la vida de Oppenheimer con esta biografía lineal: su audiencia de seguridad en 1954, donde le interrogan sobre sus antiguas relaciones con grupos comunistas, y la audiencia de confirmación ante el Senado en 1959 de Lewis Strauss (un excelente Robert Downey Jr.), antiguo miembro de la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos, en la que Strauss es interrogado acerca de su apoyo a Oppenheimer en el pasado.

La galería de caras reconocibles en estas escenas (Josh Hartnett, Jason Clarke, Casey Affleck, por nombrar solo algunos) amenaza con distraer la atención del diálogo, tan denso que da la sensación de que Nolan busca intencionadamente expresar ideas sencillas de la forma más enrevesada posible. En cualquier caso, tratar de comprender el sistema de alianzas entrelazadas y rivalidades secretas que dieron forma al destino de Oppenheimer es el rompecabezas más entretenido de la película.

Uno de los temas fundamentales de la cinta es el amor de Oppenheimer por las teorías, y su ingenua creencia de que pueden y deben considerarse de forma independiente a sus posibles implicaciones en la vida real. La historia resultaría profundamente irónica para él, pero más allá de su trayectoria vital, parece como si Nolan quisiera alertar sobre el peligro de vivir dentro de nuestra propia cabeza. Tal vez por eso, acusado habitualmente de adoptar esa perspectiva incorpórea en su obra, el cineasta se preocupa tanto por representar no solo las ideas de su protagonista, sino también su vida sexual y sus emociones, por obvias que sean. La mayoría de estas decisiones no funcionan (sobre todo la extraña escena de sexo), pero la interpretación de Murphy ayuda a mantener la película anclada en la realidad.

Por otra parte, la reflexión que hace la película sobre el lugar que ocupa el judaísmo de Oppenheimer en su historia resulta mucho más conmovedora: la bomba que construyó para luchar contra los nazis acabó matando a miles de personas. La escena en la que los funcionarios estatales deciden qué dos ciudades japonesas bombardear es donde mejor funciona el estilo contundente e ingenuo de Nolan. No es necesaria ninguna secuencia onírica y subjetiva para hacernos sentir la profunda ambivalencia de Oppenheimer. De hecho, es posible que no hubiera ninguna necesidad de este tipo de escenas declamatorias.

Oppenheimer es una producción de Syncopy (Reino Unido), y las estadounidenses Universal Pictures, Atlas Entertainment, y Gadget Films. Universal Pictures se encarga de la distribución.

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(Traducción del inglés)

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