En lo alto de una colina en medio del desierto mujeres con chador, hombres y niños deambulan dentro del vasto "museo" al aire libre alzado en memoria de los mártires de la guerra entre Irak e Irán. Es el día de año nuevo iraní, cerca de lo frontera con Irak, y un hombre alto y carismático llamado Nader Malek-Kandi me guía. Durante los últimos casi tres años me he propuesto integrarme en el mundo de los defensores más extremistas de la República islámica de Irán, los basiyis, para intentar así comprender los paradigmas que les mueven. Tanto ellos como yo somos del mismo país, pero sin embargo somos polos totalmente opuestos: soy un iraní que vive en Francia, ateo y con padres militantes comunistas durante el reinado del Shah que tiene todas las papeletas para chocar contra las convicciones de los que siguen los dogmas del régimen. Establecemos diálogo, pero cuando se ponen en la mesa los juegos de seducción y retórica, los momentos de sinceridad y la acción de estos defensores de la República islámica, ¿hasta qué punto nos dejan nuestras respectivas convicciones ceder y comprender quién es el otro?