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BERLINALE 2014 Competición

Berlinale: Macondo, érase una vez un niño...

por 

- Sudabeh Mortezai explora un barrio colorido y pobre de Viena habitado por gente que ha pedido asilo político

Berlinale: Macondo, érase una vez un niño...

La producción austriaca Macondo [+lee también:
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, dirigida por Sudabeh Mortezai, es la penúltima película presentada en la competición por el Oso de Oro de la Berlinale, y vuelve a abordar el tema más recurrente desde el principio de la edición de este año: el de la infancia privada, de una u otra manera, de un pedazo de inocencia. De hecho, la cinta forma una simetría perfecta con la segunda película de la selección oficial: la alemana Jack [+lee también:
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, de Edward Berger. Al igual que en Jack, el protagonista es un chico de unos diez años de edad del que no nos despegamos ni un momento y sobre cuyos hombros pesa mucha responsabilidad: no porque su madre (Kheda Gazieva) sea negligente, sino que trabaja mucho y cuenta con su hijo Ramasan (Ramasan Minkailov) para ocuparse de sus dos hermanas pequeñas y hacer la compra, y, como ella aún no habla bien alemán, la acompaña en todas sus gestiones administrativas para solicitar asilo, traduciéndole todo al checheno.

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También en esta historia, el padre no está: murió como un héroe luchando contra los rusos. Esta figura paternal ausente es la chispa de la búsqueda del joven protagonista. Aunque lleva a cabo espontáneamente tareas de tal índole (como buen joven musulmán, vigila tanto a su madre como a sus hermanitas, animado para ello por los otros chechenos del impactante barrio de refugiados de Macondo, en el distrito de Simmering, en Viena), desde el momento en que aparece el personaje de Isa (Aslan Elbiev), conocedor de su padre, el vacío manifiesto y generalizado parece rellenarse. En principio, se presenta para trasladar a Ramasan el reloj que aquel había guardado para su hijo, pero terminarán siendo sus propios consejos, sus técnicas de bricolaje y su cuchillo lo que con avidez absorberá el chaval como modelo masculino tangible (el augusto rostro de su padre que cuelga de un marco de madera en casa no le ayuda en exceso en su día a día).

Aunque este encuentro alegra claramente la vida a Ramasan (por mucho que sea un jovencito espabilado, necesita que se le anime y se le proteja contra los monstruos y los lobos), le termina provocando un conflicto que se va mostrando en silencio, al mirar las austeras fotos del padre que le falta, desairar con discreción la otra figura masculina que acaba de instalarse en su vida o fijar con la mirada escondida bajo las pobladas cejas sombrías a su madre cuando, en una ocasión tan solo, para romper la costumbre, ésta acepta un baile un tanto provocador: una mirada que muy rara vez vemos en el rostro de un niño y que da mucho mérito al joven actor. Mortezai, desde luego, no reinventa el asunto principal de su película ni la manera en que lo aborda. Sin embargo, resulta admirable su contención, cuya expresión más perfecta es la interpretación de su protagonista. 

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(Traducción del francés)

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