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VENECIA 2016 Orizzonti

Tarde para la ira: El hombre que perdió su sonrisa

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- VENECIA 2016: El primer film como director del hasta ahora sólo actor Raúl Arévalo es animal, arriesgado, duro y autoral, rodado con tanto nervio y contundencia que sorprende en una ópera prima

Tarde para la ira: El hombre que perdió su sonrisa
Antonio de la Torre y Luis Callejo en Tarde para la ira

Se esperaba con expectación el debut tras las cámaras de un intérprete tan deseado por los cineastas españoles como Raúl Arévalo. Desde que sorprendió, hace una década, con su papel roba escenas de Israel en Azuloscurocasinegro [+lee también:
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, de Daniel Sánchez Arévalo, no ha parado de encadenar trabajos sobresalientes con los que ha demostrado merecer el adjetivo de “actor todo terreno”: no hay género que se le resista. Mientras esperamos ansiosos su intervención en Oro, la ambiciosa película de época –conquistadora- de Agustín Díaz Yanes (leer más), se estrena en la sección Orizzonti del Festival de Venecia Tarde para la ira [+lee también:
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, donde el madrileño demuestra que ha tomado buenos apuntes de cuanto ha visto, vivido y sufrido en rodajes comandados por otros. Porque este film que no deja indiferente rezuma un sentido del riesgo, una madurez y un sello propio que no tiene por qué envidiar a muchos de los títulos en los que intervino, colocándose así en la primera división de los actores actuales en el cine español.

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Arropado por Beatriz Bodegas, productora que se ha jugado el pellejo con su quinta película, pues confió desde el guión en el primerizo Arévalo, Tarde para la ira abre el curso cinematográfico español a lo grande, con una historia y una puesta en escena que deja sobrecogido, derrochando un brío que corta la respiración y una visceralidad que tiene mucho del carácter vehemente de este nuevo director.

La película, desde su primera secuencia, rodada desde dentro de un coche, nos agarra con las uñas y nos invita a seguir a los personajes pegados a su nuca. Primero los espectadores seremos casi siameses de Luis Callejo, para luego hacer lo mismo con Antonio de la Torre. Ambos son animales encerrados, física y emocionalmente, rabiosos y heridos, capaces de dar dentelladas furiosas: el primero desde su volcanismo temperamental y el segundo a través de un meditado plan. La sorpresa argumental salta como una liebre en medio de esta caza humana digna de un alumno aventajado de aquel entonces debutante Saura (y de Peckinpah): el sudor resbala por las paredes grasientas de bares y gimnasios de barrio, la violencia salpica enturbiando la mirada y el rencor al que alude el título se respira hasta ahogar.

Arévalo alterna mesura y contención narrativa con arrebatos y excesos estilísticos en el desarrollo de una trama claustrofóbica, salida de las tripas, que exige sobrado nervio e intuición. El objetivo se pega a los rostros, revolotea alrededor y los retrata sin filtros. El sonido (el ruido del viento o de un motor) martillea como un doloroso recuerdo y la música escueta de Lucio Godoy suma, sin subrayar. El paisaje urbano de los barrios periféricos de Madrid y el rural de la provincia de Segovia añaden un feísmo épico que hermana con el western parido a ambas orillas del Atlántico. Y la violencia se masca, pero no empacha, pues Arévalo –y su equipo- tiene el acierto de evitarnos la visión directa de un par de asesinatos.

Con guión (de acertados diálogos cotidianos) del propio Arévalo y su amigo David Pulido, psicólogo de profesión, Tarde para la ira se postula como firme candidata a recibir el Goya al director novel en la próxima edición de los premios de la Academia de Cine Español. Sus creíbles actores secundarios (donde no chirría ni un extra), la tensión mantenida a lo largo de su metraje y la áspera contundencia de una realización sometida al tono de una trama sobradamente dura, apuntalan el debut de un cineasta, magníficamente equipado, que va a dar tanto que hablar como director como hasta ahora lo ha hecho como intérprete.

La película está producida por La Canica Films y vendida al extranjero por Film Factory Entertainment.

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