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VENICE 2017 Fuera de concurso

Crítica: Zama

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- VENECIA 2017: Lo nuevo de Lucrecia Martel, que aborda el colonialismo español de Sudamérica en el siglo XVIII, es su trabajo más desconcertante y ambicioso hasta la fecha

Crítica: Zama

Han pasado nueve años desde que la cineasta argentina Lucrecia Martel cautivara en Cannes con La mujer sin cabeza [+lee también:
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. Es casi criminal tener que esperar tanto para disfrutar del trabajo de una de las voces más distinguidas del cine, así que es bueno tenerla de vuelta, con Zama [+lee también:
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, obra proyectada fuera de concurso en el Festival de cine de Venecia que constituye su cuarto largometraje y, también, su trabajo más desconcertante y ambicioso hasta la fecha. La cinta, en efecto, aborda el colonialismo español de Sudamérica en el siglo XVIII; pero calificar Zama como un drama histórico sería falso porque, aunque hay cierta sensación de realismo en las imágenes y en el mundo reproducido en la pantalla, la película no tiene pretensiones de exactitud histórica. A Martel le interesa más descubrir lo que Werner Herzog llamó “la verdad extática”, que, a través de la poesía, la estilización y la imaginación, puede descubrirnos una verdad más profunda. Y, al igual que con Herzog, la búsqueda de Martel de esta verdad extática con esta adaptación del clásico que Antonio Di Benedetto publicó en 1956 nos lleva a un mundo de locura. 

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Daniel Giménez Cacho encarna a Zama, un hombre cada vez más triste y solitario. La fabulosa escena de apertura, en la que se lo ve espiando a un grupo de mujeres indígenas mientras se bañan en barro, nos muestra a un hombre de dudosos principios morales. La escena termina con una persecución contra él y su subsiguiente sentimiento de vergüenza por su comportamiento, que, de algún modo, desemboca en violencia. Martel lo dibuja como una figura patriarcal arquetípica. Su posición como oficial de la corona española le da cierto sentido de poder e importancia. Su papel también implica que debe mantener bajo control a la población local, lo que se lleva a cabo siguiendo una política de incentivos y castigos, engatusando al pueblo para que se haga su voluntad pero sin miedo a recurrir a la violencia cuando sea necesario. De hecho, en un determinado momento, le dicen que arrastra “la carga del hombre blanco”. Esta frase la emplea Martel casi para burlarse de él, al mostrar una sociedad plagada de racismo, sexismo y prejuicios de clase. Lo que Zama quiere no es más que ser trasladado a un puesto en un lugar mejor y más hospitalario pero está demasiado pagado de sí mismo para hacer otra cosa que no sea esperar que ese cambio caiga en su cesto como fruta madura.

Hay atisbos del paisaje sonoro glorioso y bestial con que Martel quiere desorientar al espectador. En algunos instantes, un extraño gimoteo arremolinado se oye tan alto que impide entender un diálogo. La banda sonora parece avergonzada de lo que se ve y se escucha o diríase que a la película en sí no le interesa lo suficiente el pasado como para detener la manera en que se está oscureciendo y confundiendo este periodo de la historia. Martel deja mucho de la película abierto a la interpretación del público; por consiguiente, hay veces que Zama parece indescifrable e impenetrable, aunque, en su mayor parte, el diseño de sonido y y las imágenes de expediciones y batallas son tan cautivadoras que es una maravilla verla.

El arco de la cinta empieza con la revelación de la posición de Zama en la sociedad. Pronto, la impugnación de la noble Luciana (Lola Dueñas) lo devolverán a su lugar. La ausencia de amor en su vida se subraya asimismo mediante el hecho de que su mujer y sus hijos se niegan a acompañarlos. Su tristeza no hace más que embrutecerlo, asalvajarlo, hasta que un día logra la “libertad” al unirse a una expedición que va a la caza de un conocido criminal.

The Match Factory es la agente de ventas internacionales de esta coproducción entre Argentina, Brasil, España, Francia, Países Bajos, México, Portugal y Estados Unidos.

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(Traducción del inglés)

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