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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Into Great Silence

por 

- Una dimensión olvidada por el espectador occidental, invadido por una marea de señales visivos y sonoros...

La negación de la palabra, que parecería la negación del cine hecho de palabras. A favor de un cine del real, un cine documental que provoca la realidad con la presencia de una cámara

El filme de Philip Gröning es peculiar incluso en la producción: en el 1984 el realizador alemán pide a la dirección de la Gran Chartreuse de Grenoble, el más antiguo e importante monasterio cartujo de Europa, de poder efectuar las tomas al interior. El consentimiento llega, con sorpresa, dieciocho años después: Gröning se transfiere al convento por algunos meses. Solo, sin equipo. Viviendo los ritmos y las reglas de la orden: hablar lo menos posible, trabajar, meditar, rezar.

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En tres intervalos entre el 2002 y el 2003 filma, con una videocámara Sony 24P a alta definición y un super 8, 120 horas de material, que después del montaje se vuelven 166 minutos.

El resultado es una larga contemplación de hombres en contemplación, sin comentario musical ni voces over. Gröning fija sobre la película un silencio roto solamente por sonidos ambientales, campanas que invitan al recogimiento, los monjes en plegaria, la ceremonia de acogida de dos nuevos hermanos, las conversaciones permitidas solo el domingo, los cantos de la misa nocturna.

Durante 166 minutos somos transportados fuera del mundo. El ritmo es dictado por la naturaleza y por una cotidianidad esencial. El montaje es circular, hipnótico: invierno primavera otoño y después de nuevo invierno. Las imagines son deslumbrantes por su austeridad: ambientes esenciales de madera y piedra, la candidez de los monjes filmados jugando en la nieve, una puerta que se abre, los detalles de la rutina del trabajo, la vista de los comedores, los largos campos de las montañas con nieve. Para conquistar la totalidad, para penetrar en los particulares del tejido de la cotidiana aplicación de las reglas que se aplican entre luces, sombras y penumbras del convento, la maquina a alta definición del realizador se detiene sobre detalles: una cara, una pequeña llama, una vieja estufa, la página de un libro.

Esta pequeña sabiduría sobre la densidad del tiempo, sobre las falsas prioridades de nuestra vida, esta invitación a detenerse en la observación de hombres que buscan la palabra de Dios en el silencio, en el escuchar el "viento ligero" del cual hablan los versos del Antiguo Testamento que abren y cierran el filme, no se dirige solamente a los creyentes, sino a todo aquel que sienta el "milagro del tiempo", como advierte el realizador. No hay búsqueda de Dios en los fotogramas de Il grande silenzio. El cine de Gröning se cierra sobre el umbral, no se resuelve en palabra, aquella que de costumbre el cine pretende. Y esto es el límite o su grandeza.

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(Traducción del italiano)

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