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PELÍCULAS / CRÍTICAS

A Parting Shot

por 

- Con A Parting Shot, la cineasta Jeanne Waltz celebra el deshielo de los corazones y cuerpos

El aspecto de adolescente emotiva de Isild Le Besco, musa de Benoît Jacquot, va como un guante al personaje de Fred, joven enfermera y tiradora de élite endurecida por la presión paternal. Con A Parting Shot [+lee también:
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ficha de la película
]
, la cineasta Jeanne Waltz celebra el deshielo de los corazones y cuerpos.

Ni la naturaleza del Jura suizo ni la claridad que baña intencionalmente la pequeña ciudad relojera de La Chaux-de-Fonds llegan a calmar la tormenta que agita en todos los sentidos a la joven Fred. Como una mariposa encandilada por la luz, intenta febrilmente escapar a la ceguera que le revuelve el espíritu y los sentidos. Para este padre colérico (Philippe Verhoeven) que quiso hacer de ella una campeona de tiro con fusil, solo tiene odio y temor. Por su guardián de amante (Christophe Sermet) que la abandonó cobardemente por otra, solo tiene resentimiento. Y cuando, por despecho, ella fornica con dos muchachos, es a la chica indigna de amor que castiga. Al negarse a mirar al médico que la devora con los ojos, hasta parece prohibirse toda ternura. ¿Desde cuándo Fred yerra así en el desierto emocional? Desde hace demasiado tiempo evidentemente, puesto que decidió poner un fin. El gran salto en lo desconocido, le es familiar: en el hospital, es ella quien se ocupa de los muertos, llegando incluso a deslizarles flores entre las manos - "eso da gusto a la familia", dice ella.

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Jeanne Waltz representa a su heroína con delicadeza, sin nunca dejarla de mirar, sin pretender tampoco absolverla. Para llevar a Fred a encontrar el método de empleo de la vida, la realizadora no le tiende la mano. Fred no lo tomaría por otra parte. Un ángel de la guarda vela sin embargo sobre la joven enfermera. Se llama Marco (Steven de Almeida), tiene 14 años, y el aspecto de un querubín y una jeta a toda prueba. Al él no es su papá que le descompone la vida, sino su madre (la cantante Lio, estupenda), que prefirió la emancipación por el trabajo en Portugal a las alegrías de la domesticidad suiza.

Cuando Marco se pasea con su clase en el bosque, ignora que Fred, escondida bajo un pino, se prepara a hacerse saltar el cerebro con su maldito fusil. La irrupción de la banda ruidosa frustra su proyecto y dos rezagados que se pelean tirando con catapultas sobre los pájaros, la ofuscan. De modo que cuando el tiro parte, uno de los muchachos se derrumba, Marco. Antes de que Fred haya encontrado el valor y la oportunidad para denunciarse, el herido aterriza en su servicio sin que ella pueda escabullirse. Todo el mundo se pierde en conjeturas sobre la identidad del tirador fantasma, Marco incluido, a tal punto que Fred, compartida entre su culpabilidad y su celo "por reparar" el niño, no sabe que hacer.

Es aún en orfebre que Jeanne Waltz da forma al agotador frente a frente entre el arisco muchacho clavado en su cama de hospital y la enfermera "pistolera". La observación meticulosa de la aproximación casi felina entre estos dos desollados vivos sin embargo es servida a veces por la línea recta del relato. La imagen, intencionalmente fría, inculca también esta sensación de audacia contenida que recorre la película. Jeanne Waltz con todo no temió tomar verdaderos riesgos, explorando dos facetas muy diferentes del desasosiego juvenil sin hablar de droga o delincuencia, y sin la menor pantalla moralista. Por los tiempo que corren, la hazaña merece ser destacada.

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