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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Rumba

por 

- Poesía y encanto para un segundo largometraje que intenta desempolvar el ritmo, la ligereza y el espíritu de los grandes actores burlescos del cine mudo

Decididamente anticuada y ajena a las modas, Rumba [+lee también:
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ficha de la película
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es una obra singular y destacada de la cinematografía belga, ambientada en un espacio y un tiempo desconocidos, pero que recuerda el espíritu de las comedias francesas de la posguerra interpretadas por dulces soñadores y payasos torpes como Fernand Raynaud, Bourvil o Darry Cowl. El universo extremadamente personal de Dominique Abel, Fiona Gordon y Bruno Romy, colorido y alegre, poético y a veces melancólico, se estiliza al extremo sin caer nunca en el exceso. Un universo donde la risa no nace de la burla o la parodia, sino de la empatía con los personajes y la complicidad con el espectador. Dom y Fiona viven pacíficamente en su idílica campiña; un poco como en las aventuras de Modeste et Pompon, nos encontramos en un universo esterilizado no muy distante del cuento de hadas. Este espíritu que rechaza el drama fácil, esta simplicidad de los personajes y situaciones, son la sazón y la particularidad de Rumba, un soplo de aire fresco llevado por el ritmo de los pasos de danza ejecutados con brío por nuestros dos (anti)héroes en sus desenfrenadas sesiones de ensayo, coreografiadas con maestría.

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Intentando recuperar el ritmo, la ligereza y el espíritu de los grandes actores burlescos del cine mudo como Chaplin, Keaton o Harold Lloyd, Rumba da un nuevo significado al gag y la comedia física con su toque absurdo. Si se compara el filme con sus antecesores, se le encontrarán sin embargo aún más puntos comunes con las primeras películas de Pierre Richard de principios de los años 70 (El Distraído o Las Desgracias de Alfredo, entre otras), con sus personajes bufonescos, frágiles, torpes y en búsqueda de amor, corriendo detrás de una felicidad perdida de la que se alejan un poco más a cada paso. La torpeza humana, la fragilidad de la felicidad y la necesidad de amor son temas adultos tratados aquí en tono de comedia absurda, con decenas de gags a menudo hilarantes y sin malicia.

Con efectos “de otra época”, como por ejemplo la noche americana, Rumba se basa sobre todo en la interpretación física (el lenguaje del cuerpo) y visual, raras veces sobre la palabra, así como en una narración simple de estilo popular. El marco sigue siendo muy fijo y los planos, de una precisión comparable a la de un reloj: las entradas y las salidas, los movimientos de los cuerpos o las sorpresas del segundo plano, todo se regula como en una partitura. Los realizadores se divierten jugando con elementos como la lluvia, el viento, las sombras o el fuego, que confieren al conjunto una poesía muy particular y un encanto añejo. ¿Una comedia pensada y compuesta realmente como una obra de arte? Qué raro resulta en el cine europeo actual…

Desgraciadamente, lo que funciona maravillosamente como cortometraje a menudo pierde el ritmo en formato de largometraje. El éxito del conjunto se ve disminuido en el tercer acto por la merma de la cadencia, y en algunas ocasiones se constata que no se saca el mayor partido del suave delirio de los personajes, creándose entonces un sentimiento de insatisfacción. Además, si Fiona Gordon resulta encantadora, Dominique Abel carece por su parte del carisma que habría podido consagrarlo como un héroe burlesco de inagotable optimismo, heredero de los héroes del cine mudo.

Dejando aparte estos detalles, Rumba es una excepción cultural, una cinta fuera de lo común, y sería un error no tenerla en cuenta. Se trata de una obra dotada de un verdadero proyecto cinematográfico, realizada con ambición, y que tiene la cualidad de ser ligera al tiempo que conmovedora y en ocasiones brillante.

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