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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Hierro

por 

- Gabe Ibáñez debuta como director de largometrajes con un thriller psicológico ambientado en la isla canaria de Hierro y seleccionado por festivales como Cannes y Sitges

Si Almodóvar eligió la arena negra de una playa de Lanzarote para localizar un momento fundamental del conflicto de Los abrazos rotos [+lee también:
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, Gabe Ibáñez ha optado por la aridez volcánica y los fondos marinos de la vecina Hierro [+lee también:
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para expresar, con un torrente de fascinantes imágenes allí captadas, el deterioro mental de la protagonista de su ópera prima: María. Una mujer que se zambulle poco a poco en la demencia y a quien da vida una omnipresente Elena Anaya, galardonada como mejor actriz en el último Sitges y alejada de sus papeles sensuales de Lucía y el sexo [+lee también:
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y la inminente Habitación en Roma, ambas dirigidas por Julio Medem.

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Ibáñez –con la complicidad del guionista Javier Gullón (El rey de la montaña) - nos empuja a sentir algo similar a lo que María empieza a experimental cuando, a bordo de un ferry que la traslada a la isla de Hierro, pierde a su pequeño hijo. Desesperada, lo busca por todos los rincones del barco, pero el niño no aparece. No se lo puede creer, no es posible… ¿cómo ha podido ocurrir algo así? Cuando la policía, tiempo después, le anuncia que ha encontrado el cuerpo de un chaval, ella acude a reconocer el cadáver, pero asegura que no es el de Diego. A partir de ese momento, desconcertada y abatida, deambulará por la isla buscando respuestas al tiempo que se va distanciando de la cordura.

Más que arriesgada empresa la emprendida por este cineasta madrileño de 38 años, curtido en publicidad, vídeo clips y efectos especiales, que anteriormente había explorado los recursos inusitados de los escenarios cotidianos y se había adentrado en los recovecos mentales alérgicos a la razón en su único cortometraje, Máquina, premiado en el festival de Clermont-Ferrand 2007. Fue ese trabajo el que llamó la atención a los directivos de Telecinco Cinema para encomendarle poner en imágenes un argumento que seguía la estela de uno de los mayores éxitos auspiciados por este canal privado de televisión: El Orfanato [+lee también:
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. De nuevo una madre, de nuevo un hijo desaparecido y otra vez la mente jugando malas pasadas a la heroína. Pero Ibáñez no ha querido manejar las claves del cine de terror y ha optado por la sugerencia, el susurro, el silencio y los dobles sentidos del suspense psicológico, apostando más por lo intangible y soterrado que por los contundentes golpes de efecto.

De ahí que los escenarios naturales isleños –playas desiertas, fondos submarinos, criaturas acuáticas y paisajes volcánicos- jueguen un papel fundamental para alimentar, con el aliño de pequeños detalles (algunos casi imperceptibles, que muchos espectadores quizás no aprecien conscientemente), ese malestar que se apodera del personaje central y, con él, del espectador. Esa atmósfera enfermiza e irreal es apuntalada por una rotunda banda sonora, una fotografía digital de tonalidades oníricas y el pulso global de una narración que invita a dejarnos llevar por las sensaciones sin buscarles una explicación: porque hay momentos vitales y estados mentales que no tienen lógica, pero ahí están.

Ibáñez reconoce su admiración por Kubrick, Polanski y Lynch, con cuyas pesadillas ya se le compara en críticas y blogs; pero este humilde cineasta se conforma con lograr que el espectador viaje con esta producción de dos millones de euros, siete semanas de rodaje y una larga postproducción, a la isla de Hierro: un lugar más mental que físico, absolutamente desconcertante a través de su cámara. Una película que se estrena en 100 salas españolas y Wild Bunch distribuirá por todo el mundo.

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