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PELÍCULAS / CRÍTICAS

La chispa de la vida

por 

- El director de Balada triste de trompeta pone su grotesco humor a la tragedia de un hombre corriente, crucificado por la crisis y víctima del acoso mediático más carroñero.

En El gran carnaval (título en España de Ace in the hole) Billy Wilder retrataba a un periodista ambicioso, conflictivo y sin escrúpulos (encarnado con sobrado nervio por Kirk Douglas) que llega a Albuquerque con el firme empeño de conseguir trabajo en el rotativo local. Logrado este propósito, la inanidad de la ciudad le motiva tan poco que, cuando ve que un accidente puede convertirse en su gran éxito profesional, no duda en explotarlo: un pobre hombre queda atrapado vivo entre las piedras de una mina, alrededor de la cual se monta una gran feria que no respeta los sentimientos del malogrado ni de su familia.

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Álex de la Iglesia ha adaptado, en su nueva comedia dramática, La chispa de la vida [+lee también:
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, un guión de Randy Feldman que se parece bastante a la anécdota reseñada anteriormente, pero que es mucho menos visceral que su anterior exabrupto Balada triste de trompeta [+lee también:
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(y menos costosa en su producción). Aquí y ahora el gran carnaval se arremolina alrededor de Roberto, un pobre desgraciado que ese mismo día ha sufrido sucesivas humillaciones cuando, en su intento de salir del estado de desempleado, ha llamado a las puertas de un viejo amigo que dirige una moderna y poderosa empresa. Las rocas de la mina de Wilder son relevadas por las históricas piedras de un teatro romano restaurado, a punto de ser inaugurado con mucho boato y autobombo por la autoridad local. Y el grillete que aprisiona al pobre infeliz protagonista es un hierro de varios centímetros que se incrusta en su cráneo cuando sufre una absurda caída. Los míseros medios de comunicación, ávidos de carnaza, pugnarán por explotar el morbo emocional del suceso haciéndole una entrevista exclusiva al crucificado, alrededor del cual se amontonan público curioso, cámaras a la caza y una familia (capitaneada por la mexicana Salma Hayek) que no acaba de entender qué diablos sucede allí.

Pero la gran diferencia entre la película de Álex de la Iglesia y la de Billy Wilder radica en el punto de vista, en dónde coloca la cámara y con quién nos empuja a enfatizar el director vasco. Si Wilder no se separaba del periodista trepa, De la Iglesia opta porque nos sentamos tan dañados en nuestro cerebro como el parado desesperado que interpreta el habitualmente cómico José Mota, que experimentemos su angustia, su terror y, sobre todo, que lleguemos a sentir, como él, la necesidad de vender hasta nuestro alma cuando la crisis nos atenaza.

Estamos pues ante otro ejemplo del nuevo género cinematográfico surgido en esta coyuntura deficitaria en la que nos encontramos, un tipo de películas que, como la tragicomedia Cinco metros cuadrados [+lee también:
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, reivindican la dignidad, el respeto y el ajuste de cuentas con una estructura social enferma que continúa explotando al pez chico mientras los peces gordos siguen, impunes, intentando perpetuar un estilo de vida donde prima el materialismo, la insensibilidad y el egoísmo más desvergonzados. Todo ello lo denuncian estos títulos desde la sonrisa -amarga- que nos provoca contemplar atónitos un disparate mayúsculo en el que nos estamos acostumbrando a vivir, un gran carnaval (o circo, para usar un símil más afín a las filias de Álex de la Iglesia) del que somos parte inevitable y, lo peor de todo, estamos tan inmersos en su vorágine arrolladora que nos podemos llegar a plantear, como el protagonista de La chispa de la vida, si no nos queda otra que aceptar sus -intolerables- reglas del juego si queremos sobrevivir. Algo tan terrible, doloroso y absurdo como que un hierro perfore nuestro cerebro.

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