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CANNES 2012 Competición

Holy Motors: vivir y revivir según Leos Carax

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- El enfant terrible del cine francés vuelve con una obra metafórica y visualmente excepcional llena de altibajos

Un soñador empuja una puerta secreta en una pared y entra en otra dimensión en la que otro hombre, sin duda su doble, o quizá cualquier ser humano, comienza un viaje de encarnaciones en múltiples avatares simbólicos. Con Holy Motors [+lee también:
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, que se estrenó anoche en la competición del 65° Festival de Cannes, Leos Carax, el enfant terrible del cine francés, sumerge a los espectadores en metáforas delirantes en las que lo mejor y lo peor van de la mano, el fulgor visual e imaginativo alcanza el paroxismo y la misantropía intenta unirse a la filosofía.

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La película no ha sido de las que más ha agradado a la prensa internacional, pero está claro que el cineasta (que cayó en desgracia con Los amantes del Pont Neuf en 1991 y no volvió a dirigir ninguna película hasta 1999 con Pola X, que participó en la competición de Cannes) busca fervientemente esa línea que separa la admiración del aborrecimiento. Ni ese nihilismo suicida tan reivindicado mediante escenas provocadoras (algunos podrían etiquetarlas de gratuitas) ni el bombardeo simbólico y metafórico que el director utiliza deberían hacer olvidar que Holy Motors es una película de una riqueza excepcional gracias a la actuación de un versátil Denis Lavant que está a la altura de la locura de su demiurgo.

El crisol de alquimista de Oscar (Lavant) es una enorme limusina blanca en la que su asistente y chófer le prepara los informes de sus citas. En cada una de ellas será un personaje diferente y se vestirá según la ocasión en un coche que parece un camerino de teatro abarrotado de accesorios. Desde un hombre de negocios escoltado (les sigue un coche con guardaespaldas) que ajusta cifras absurdas y se plantea la compra de armas ("Quieren nuestra piel. Somos los chivos expiatorios de la miseria. Eso excita al pueblo. ¡Esta noche, al Fouquet’s!") hasta un anciano deteriorado y repulsivo que pide limosna por los andenes de París. Después Oscar se viste con un complicado mono con sensores para captar las primeras imágenes de los combates y de los "aliens" con captura de movimiento (fascinante secuencia en el mundo infrainformático en la que su bestial transformación cargada de sexualidad es la atracción especial). Basta una camaleónica pausa en la limusina para que Oscar se transforme en Monsieur Merde (al que ya vimos en el segmento de Carax en la película colectiva Tokyo [+lee también:
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), un humano al borde de lo animal que sale de alcantarillas y catacumbas para raptar a una modelo de fotos (Eva Mendes), que está en plena sesión fotográfica en un cementerio, y llevársela a su guarida subterránea para vivir una simbólica existencia en pareja a cámara rápida. La siguiente encarnación calma un poco el juego con un padre pseudo-cool que intenta demostrar a su hija adolescente descontenta consigo misma. A continuación, aparece la palabra “Entreacto”, una pausa en la que Denis Lavant dirige con su acordeón a un grupo de músicos en una iglesia.

Oscar vuelve a su existencia múltiple: asesino de su doble en un parking, asesino del banquero en la terraza del Fouquet’s (un final como otro cualquiera), el anciano muere en la habitación de un palacio con su sobrina en la cabecera de la cama y, en su propio papel, nos encontramos fortuitamente con otra actriz, una ex (Kylie Minogue) que canta antes de suicidarse del tejado de la Samaritaine. Así es la vida, la comedia y también el cine. Un Oscar cansado termina la noche en su casa con una nueva vida (una familia de monos, el karma colectivo). Altibajos, de lo sublime a lo infame, de la profundidad al énfasis, del humor a lo sentencioso, Holy Motors y su juego de espejos infinitos sobre la vida y el deseo de revivir sin fin sigue la imagen de su director, que ofrece un nuevo capítulo de su figura de artista maldito y hace decir a su prodigioso actor metamorfósico: "Sigo igual que empecé: ¡por la belleza del gesto!"

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(Traducción del francés)

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