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BERLINALE 2014 Competición

Moland cuenta sus muertos en In Order of Disappearance

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- La tercera película que presenta el director noruego a concurso en Berlín deja un reguero de muertos de risa entre el público

Moland cuenta sus muertos en In Order of Disappearance

Después de dos películas bastante difíciles presentadas a concurso en la Berlinale, el noruego Hans Petter Moland, que compite por tercera vez por el Oso de Oro, ha dado muestras con la suculenta In Order of Disappearance [+lee también:
tráiler
entrevista: Hans Petter Moland
ficha de la película
]
(literalmente, "en orden de desaparición") no sólo de estar en plena forma sino también de su talento único a la hora de retratar el mundo de hampa con un humor escandinavo inenarrable, a la vez cáustico y desbocado, sin renunciar a la violencia característica del género pero sin tomársela en serio; pues, en efecto, ¡cómo iba a cometer semejante error cuando los propios criminales tienen como referencia la cine de acción americano, del que toman prestados sus grotescos seudónimos (como Rodrigo, Wingman, Chinaman… aunque para este último vale decir que su verdadero nombre es Takeshi Klaas Nielsen)!

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Moland tampoco sacrifica la calidad de su fotografía, que muestra inmensos y fascinantes paisajes nevados que constituyen el decorado diario de un conductor de quitanieves llamado Nils Dickman (Stellan Skarsgård). Será otro tipo de polvo blanco el que convierta de la noche a la mañana a este "ciudadano ejemplar del año" en una máquina de matar. Cuando su hijo es víctima de un grupo de traficantes de cocaína, su hiperbólica venganza consistirá, ni más ni menos, en cargarse uno por uno a todos hasta llegar a la cumbre de la pirámide y eliminar al "Conde" (Pal Sverre Haagen), un jefe mafioso y padre de familia que aúna crimen y preciosidad con una indiferencia desopilante. Es su papel de padre, precisamente, lo que le confiere las contradicciones más graciosas: esta "Cruela" masculina y vegetariana que se rodea de arte moderno ridículo y manifiesta una predilección por la confitería y las cintas rosas no tendrá reparos en descuartizar por sí mismo a quienes lo incordian (gente de otras bandas como la suya) pero se muestra intratable cuando sus hombres se olvidan de alguna de las cinco frutas que le han recomendado merendar a su hijo.

Mientras que Dickman sigue en su aniquilación de la mafia del Conde, el chaval a quien tanta atención presta el capo mafioso se convertirá en el centro de otra matanza, hecha con métodos menos metódicos aunque justificados por la ley del Talión (al contrario que la venganza de Nils, que se parece a Kill Bill más que a un intento de poner las cosas en su lugar). Por si fuera poco, entre tanto, un gangster serbio (Bruno Ganz) se ha apuntado a la partida y no es de los que se contentan con una cabeza decapitada en un hermoso paquete de regalo. La jubilosa orgía de violencia que sigue (¡llegaríamos a perdernos si no fuera por los carteles que contabilizan cuidadosamente los fiambres!) no deja de recordar el enfoque carnavalesco de Tarantino: el clima noruego da lugar, como en el cine del maestro estadounidense, a "diálogos en coche" deliciosamente absurdos; pero hasta el final (la última escena es tan ingeniosa como impagable) se reconoce a cada instante el humor negro nórdico y desternillante del excelente guionista danés Kim Fupz Aakeson. En conclusión, todo un regalo, sin aditivos ni conservantes.

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(Traducción del francés)

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