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CANNES 2016 Competición

La alta sociedad: destino y disfraz

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- CANNES 2016: Describiendo la lucha de clases desde el punto de vista de la tragicomedia y el burlesco, Bruno Dumont firma una obra genial

La alta sociedad: destino y disfraz
Brandon Lavieville y Raph en La alta sociedad

"¡No tiene sentido!", "¡Es pura demencia!" El giro de 180° hacia la tragicomedia que comenzó la miniserie El pequeño Quinquin [+lee también:
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en la carrera de Bruno Dumont, antaño admirado a través de películas en las que expresaba sobre todo la inclinación austera y oscura de su filosofía, ha llegado a buen puerto con la extraordinaria La alta sociedad [+lee también:
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Q&A: Bruno Dumont
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,en competición en el 69o Festival de Cannes: a una dimensión absolutamente fuera de serie en el panorama del cine mundial.

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Una película de época ambientada en el año 1910, una historia de amor fulgurante, una investigación policial (cuyo misterio se revela inmediatamente) y retratos en un espejo deformador de dos clases sociales antagonistas y que están separadas por todo excepto por la bahía de Slack, en el norte de Francia. El director se hace cargo con su talento contemplativo de los misterios del ser humano de una multitud de disfraces, cubriéndolo todo de una capa de burlesco extremista que lo lleva a la gran tradición del cine mudo y sus avatares. Un vuelo hacia el exceso que ofrece una originalidad a la vez sutil y delirante a sus habituales cuestionamientos metafísicos, convertido en imágenes por un gran cineasta ya en plena madurez, capaz de dominar con elegancia y sobriedad todos los riesgos inherentes a una obra tan insólita en el universo actual de la uniformización del cual intentan escapar los grandes artistas. 

Abriendo por primera vez su cine a un trío de estrellas francesas a la vez (Fabrice Luchini, Juliette Binoche y Valeria Bruni Tedeschi, todos excepcionales en la desmesura de sus interpretaciones), Bruno Dumont juega con deleite (y un poco de perversidad) con la idea de hacerlos encarnar los miembros de la familia Van Peteghem, ricos burgueses descritos como “preciosos ridículos”, de veraneo en su mansión de estilo egipcio, Le Typhonium. Delante de ellos, un panorama de una naturaleza bruta con una belleza para quitarle a uno la respiración, con dunas que se despliegan hasta el mar, allá al fondo, y playas y acantilados, un decorado hacia donde Dumont desplaza a sus personajes con el sentido magistral y depurado de composición por el que es conocido. Y es, efectivamente, en las rocas en donde empieza la película, con la familia Beaufort, el padre (apodado "El eterno" ya que salva a la gente amenazada en el mar), la madre y cuatro hijos (el mayor es Ma Loute, interpretado por Brandon Lavieville): pescadores que trabajan duro con su pequeña carreta mientras que a su lado pasa el coche de los Van Peteghem, que entran en éxtasis con el paisaje y sus pintorescos habitantes ("¡sublime!", "¡divino!"). Dos mundos que no se cruzan entre sí en el día a día excepto cuando los ricos pagan a los pobres para que remen por ellos en una travesía en barca por la bahía. Pero hay de repente un flechazo entre la andógina Billie Van Peteghem (Raph), un adolescente que juega a ser una chica, y Ma Loute, que tiene otras cosas de las que ocuparse, ya que mata a veraneantes para su padre, a quien luego se comerán en familia (no olvidemos que todos los actores que dan vida a los Beaufort son no profesionales). Un canibalismo que no pasa desapercibido, ya que las desapariciones se encadenan… Algo que desemboca en la entrada en escena de un dúo de policías: el entrado en carnes Machin y el lacónico Malfoy, cuyas investigaciones son dignas del Gordo y el Flaco, vistos por el audaz Dumont, que se divierte con un sorprendente rigor con caricaturas desenfrenadas (como también lo son la criada, el cura, los gendarmes), de una comicidad e inventiva irresistible, que camufla un discurso social muy mordaz sobre el terreno del capitalismo consanguíneo y sus vicios escondidos. Y los intérpretes van todos acorde, componiendo con brío figuras extravagantes alrededor del tema tejido en las profundidades de la película, un mundo en donde el mismo objeto puede tener dos nombres completamente diferentes en función de la clase social a la que se pertenece o de la mirada con la que nos acercamos a las cosas. Todo ello a la manera Dumont, que continúa explorando a los humanos ahora bajo una apariencia completamente distinta, pero finalmente fiel a su naturaleza, y ciertamente accesible para un mayor público. Conseguir hacer reír y reflexionar a la vez es un magnífico objetivo.

De las ventas internacionales de la película se ocupa Memento Films International.

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(Traducción del francés)

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