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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Mi piace lavorare

por 

- Luz artificial, pasillos impersonales, open-spaces donde se cruzan mujeres y hombres vestidos de colores mates: bienvenidos en el mundo implacable de la empresa versión Francesca Comencini

Luz artificial, pasillos impersonales, pequeñas oficinas y open-spaces llenos de ordenadores donde se cruzan mujeres y hombres vestidos de colores mates: bienvenidos en el mundo implacable de la empresa de los años 2000 versión Francesca Comencini. Siempre al tope en materia de constatación política y social, la realizadora italiana se sumergió esta vez con J’aime travailler en el cotidiano del mobbing, un acoso perverso y sofisticado destinado a promover la dimisión de los asalariados indeseables, un método de desengrasado menos costoso y mucho más discreto que un despido.
La víctima? Anna (Nicoletta Braschi), una cuadragenaria, modesto miembro del servicio de contabilidad de una sociedad que acaba de ser adquirida y madre soltera de una adolescente.
¿Su culpa? No comprender la crueldad bajo las apariencias, tragarse en silencio rechazos y humillaciones bajo la máscara de una dirección fría de la productividad y sobre todo amar trabajar al punto de aguantar sufrimientos morales que la conducen a la depresión. En el primer tiempo de este vals alimentado de la mezquindad de los colegas, el nuevo jefe de personal ignora a Anna, luego suprime sin prevenirlo una parte de sus atribuciones, antes de darle una nueva “misión de confianza”: buscar (con presión detrás) la copia de una factura que se encuentra en realidad ocultada en el cajón de su oficina. Al descubrir la verdad, Anna da un paso suplementario en el espiral infernal que va a llevarla directamente hacia el puesto humillante ya que es completamente inútil como controladora de una fotocopiadora. Privada de oficina, estatuto y contacto humano, intenta entonces extraerse de su soledad mendigando otra tarea a su imperturbable verdugo. Pero su “me gusta trabajar” lanzado como una botella al mar la envía a los depósitos de la sociedad, un universo machista donde su misión de cronometraje de los ritmos va a desencadenar amenazas al límite de la agresión física. Acorralada entre su jerarquía que la mantiene cuidadosamente al margen del grupo y sus colegas que la perciben como una espía, Anna termina por venirse abajo y enfermarse.

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Empujada a su regreso a dimitir, sólo deberá su salvación a la intervención de los sindicatos que le permitirán dejar la empresa con fuertes indemnizaciones. Este camino de cruz del mundo moderno, Francesca Comencini consigue reflejarlo con un realismo y una minucia sin fallas. Yuxtaponiendo sobre un verdadero documental del cotidiano de la empresa, el retrato emocionante de una mujer caída en la trampa del aislamiento y de un espíritu disciplinado machacado por la inhumanidad de los mecanismos del poder, la cineasta romana ve justo. Muy lejos del hada de Pinocchio y del universo cinematográfico de su marido y asociado Roberto Benigni, Nicoletta Braschi personifica a la perfección esta heroína anónima, aferrada como a un salvavidas a un trabajo que la liquida poco a poco y que la hunde en una soledad sin escapatoria, en un cansancio físico y moral bajo la única luz pálida de las lámparas del metro y de la empresa. Sin amigo, sin amor, dejando pasar los días como una bestia de carga colocada en cuarentena, Anna se desmorona bajo los ojos de su hija Morgana (interpretada por la propia hija de la realizadora, Camille Dugay Comencini). Y mientras que la madre descubre en el dolor que una empresa italiana puede revelarse un lugar infinitamente más peligroso que se lo habría imaginado, su hija encuentra consuelo y apoyo en los inmigrantes que viven en su barrio de Roma. Una solidaridad espontánea en total contraste con el individualismo y el miedo huraño que reina en las oficinas de la multinacional. Sin embargo, esta esperanza en el futuro y un “happy end” asombroso parecen bien ridículos ante la brutalidad psicológica que se ejerce hoy en el mundo del trabajo, un tema abordado recientemente por varios cineastas europeos como el francés Juan-Marc Moutout (Violence des échanges en milieu tempéré). Testimonios y denuncias muy al honor de sus autores que, a la imagen de Francesca Comencini, se niegan a ceder a las facilidades del cine comercial para sacrificarse con talento a la causa que más los conmueve: la del ser humano.

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(Traducción del francés)

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