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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Harry Cleven

por 

- Trouble es la historia de un hombre que se ha convertido en el juguete de una maquinación que lo sobrepasa. Para salvarse, va a deber comprender solo, poco a poco, que es lo que lo motiva

Cinco años después de Pourquoi se marier le jour de la fin du monde?, saludamos el regreso de Harry Cleven detrás de la cámara. Y una vez más, es con una película fuerte, sumergiéndose con audacia en el corazón de un maelström de amor/odio inevitablemente destructivo. El cineasta de Malmedy nos invita a compartir una historia de relaciones fraternales de una intensidad poco banal, afectos retorcidos que se estiran de una manera desmesurada. Sin olvidar la angustia del personaje principal que se comparte hasta su paroxismo. Esta división es, talvez, lo que distingue Trouble de las obras anteriores de Harry Cleven. El espectador se encuentra en la posición de Mathyas, obligado a luchar por su vida ante un temible mecanismo de exclusión que ya lo afectó una vez y que amenaza de nuevo con destruir todo lo adquirido y con quitarle el afecto de todos aquellos, alrededor de quienes construyó su vida. Trouble es la historia de un hombre que se ha convertido en el juguete de una maquinación que lo sobrepasa y que se vuelve a cerrar sobre él. Para salvarse, va a deber comprender solo, poco a poco, que es lo que lo motiva.

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En un parque, un muchacho, una joven embarazada y un niño de cinco años juegan en el sol. Emana de esta escena un sentimiento de felicidad tranquilo que envuelve a Mathyas, a su esposa Claire y a su hijo Pedro. Para Mathyas, a seis años emplazado en un orfelinato y que no guarda ningún recuerdo de su infancia, esta complicidad, esta felicidad es un poco una revancha sobre la vida. Y hete aquí que una carta de un notario lo convoca para la sucesión de su madre quien creía muerta desde hace muchísimo tiempo. Y en la notaría, se entrevista con su gemelo: Thomas, un hermano cuya existencia nadie se la había revelado. Es el regreso de una infancia que toma la forma de una enorme mentira. Los padres de Mathyas no murieron, lo abandonaron mientras que su hermano, él, crecía con ellos. ¿Por qué? ¿Por qué nadie le dijo nada? ¿Y por qué no se acuerda de nada más?

Pasado el primer choque , Mathyas y Thomas pretenden volver a entablar el hilo y se ven regularmente. Thomas se revela encantador y no tarda en establecer un buena relación con Claire y el pequeño Pedro. Pero para Mathyas, hay en su hermano algo que no encaja, sin que pueda saber exactamente que es. Poco a poco Mathyas sospecha a Thomas de insinuarse en su vida para desacreditarlo ante los ojos de su mujer y de su hijo, separarlo de ellos y quizá hasta tomar su lugar. ¿Es la realidad? ¿La locura se apodera de Mathyas a medida que su hermano se acerca? Sólo el recuerdo de lo que es la causa de la separación entre ellos podría quizá permitirle de desdramatizar las cosas. Pero él no se acuerda de nada y nadie, empezando por su hermano, no parece dispuesto a ayudarlo.

Esta clase de situación, sobre un fondo de paranoia, es, para un thriller, el más clásico de los resortes . Pero el thriller clásico sólo interesa superficialmente a Harry Cleven. Prefiere utilizar esta forma para afectar las cosas más profundas del alma humana, desviar la mecánica de la memoria, romper nuestras referencias de la realidad, y hundirnos en pleno corazón de la confusión de Mathyas. El escenarista realizador mezcla las cartas con placer, sirviéndose del tema de los gemelos sulfurosos, como antes de él, el Cronenberg de Dead Ringers o el Tsukamoto de Gemelli (que, bajo una forma muy diferente presenta muchas semejanzas con las relaciones del par Mathyas/Thomas). Benoît Magimel, soberbiamente dirigido, con la belleza del diablo para personificar a los dos hermanos y este extraño cara a cara desconcierta aún más al espectador. Frente a él, el personaje interpretado con todo su talento por Natacha Régnier nos interpela. Es difícil comprender cómo Claire pueda pasar de Mathyas a Thomas, sin dudar, aceptando la inverosimilitud de un cambio brutal y radical, dejando atrás una vida común hecha, hasta ese momento, de ternura y de complicidad. Un esguince a la probabilidad, para mejor hacernos tocar el verdadero tema de la película: la expropiación. Ver precipitadamente a otro (a menos que sea otra parte de nosotros mismos) surgir en nuestro pequeño mundo bien regulado y tomar poco a poco nuestro lugar en el corazón de aquellos a quienes queremos. Se lucha, por supuesto, pero cada una de nuestras reacciones, torpezas, nos precipita un poco más en la trampa tendida y nos enfrenta a nuestra propia impotencia a impedir al otro de barrernos de nuestra propia vida. Una expropiación que tiene un impacto tanto más fuerte cuanto que es, para Mathyas, una repetición de lo que ya vivió en su infancia y que pensaba haber superado, gracias a su mujer y a su hijo. Y ahora la historia se repite y es de nuevo prisionero del mismo mecanismo de exclusión. Harry Cleven llega a mencionar este sentimiento, esta angustia difusa con una fuerza poco común. Es un narrador atraído más por el simbolismo que por la preocupación de la verosimilitud , pero, alternando calor y angustia, suavidad y horror, juega con los sentimientos de su personaje principal y siembra el desorden en la vida de Mathyas y en el imaginario del espectador.

Desde el punto de vista cinematográfico, Harry Cleven establece un dispositivo al servicio de sus emociones. Reparto, ritmo, montaje, decorados, luces nos implican poco a poco, tras Mathyas, en pleno corazón del horror. No nos tardaremos sobre estos elementos técnicos. Tendremos la ocasión de volver con Harry Cleven en la entrevista que publicaremos en el próximo número de la revista. Ya se puede afirmar, sin embargo, que Trouble juega con control de estos distintos aspectos del lenguaje cinematográfico. Con él, Harry Cleven tiene las cartas en mano para obtener, por fin, el reconocimiento público que merece, como realizador, a partir de su primer cortometraje Sirène.

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