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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Tonnerre: La ternura y la crueldad del amor

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- El primer largometraje del prometedor Guillaume Brac, descubierto en competición en Locarno, es una obra sutil que se apoya en los hombros de un intenso Vincent Macaigne.

Tonnerre: La ternura y la crueldad del amor

"¡Qué extraños animales son estos humanos!". Eso es, quizá, lo que piensa el perro de la casa paternal del protagonista de Tonnerre [+lee también:
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, un perro al que su dueño recita el poema Noche de octubre, de Alfred de Musset, unas palabras que arrojan luz sobre la intriga que encierra este primer largometraje del prometedor Guillaume Brac: "Honte à toi qui la première M'as appris la trahison, Et d'horreur et de colère M'as fait perdre la raison" [“Avergüenzate, tú que fuiste la primera que me enseñó lo que es la traición, que de terror y de cólera me hiciste perder la razón”]. La pasión amorosa, en efecto, es el centro de esta sutil película descubierta en la competición oficial del último festival de Locarno: una obra que desgrana hábilmente los indicios que preparan el vuelco de un romance realista hasta un drama con tintes de cine negro. En la algodonosa y nostálgica atmósfera de Tonnerre, pequeña ciudad de la Borgoña francesa, transcurre este relato lleno de silencios y acciones impulsivas que se echa a la espalda un intenso Vincent Macaigne (cuya carrera se encuentra en plena ascensión con La chica del 14 de julio [+lee también:
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), bien secundado por el veterano Bernard Menez y la joven Solène Rigot.

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Tras abandonar provisionalmente París y decidido a quedarse durante un par de meses en casa de su padre (Menez), Maxime (Macaigne) es un rockero lo suficientemente conocido para llamar la atención de Mélodie (Rigot), una joven periodista local que busca una entrevista que terminará dando lugar a un vínculo sentimental. Maxime se encuentra un tanto desfasado en este universo extremadamente provincial, con sus degustaciones de vino, sus clases de baile, su local para fiestas al lado de una cripta medieval y sus escapadas al campo circundante cubierto de nieve (paisaje del que la película saca buen provecho). Por ello, se dedica a componer en su habitación a solas con su guitarra eléctrica y su ordenador, dialogando el mínimo indispensable con su padre, viudo. Sin embargo, la ternura jubilosa de las excursiones amorosas la acabará brutalmente y sin explicación alguna una Mélodie que, así, abre (sin duda, vuelve a abrir) una herida muy profunda en Maxime, desde entonces resuelto a investigar lo que ha pasado de manera bastante radical.

Con esta historia de un flechazo que se tuerce (cuya universalidad está de sobra demostrada), Guillaume Brac teje con destreza un relato a dos velocidades de gran justicia cuya sencillez aparente enmascara un agudo sentido sobre la humanidad y la narración cinematográfica. Respaldado por un estupendo guion (obra del propio director y Hélène Ruault) que evita caer en la trampa de las explicaciones psicológicas, la película brilla por la manera en que va desgranando los datos y por el modo en que saca el mayor partido a los sugerentes decorados de Tonnerre. El director consigue perfilar con delicadeza el retrato de un hombre atrapado en una zona intermedia de su vida entre los remordimientos afectivos del pasado (que, paralelamente, se esclarecerán con la evolución de la relación que mantiene con su padre) y un futuro con posibilidades de ser feliz al que va de cabeza hasta que repentinamente se le escapa. Con este giro violento la película gana en amplitud y saca todo el jugo de las capacidades de un director que demuestra (sin caer en ningún momento en la fanfarronería) estar muy bien dotado para la imagen y el montaje.

Tras el multipremiado mediometraje Un mundo sin mujeres, Guillaume Brac aprueba con sobresaliente la prueba del primer largometraje y nos deja ya expectantes por saber qué nos ofrecerá en su próximo trabajo.

Tonnerre es una producción de Rectangle de cuyas distribución en Francia y ventas internacionales se ocupa Wild Bunch.

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