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NAMUR 2015

Je me tue à le dire: la psicosomatosis elevada a la categoría de arte

por 

- Xavier Seron asume sin complejos en su primer largometraje un universo a la vez patético, cómico y tiernamente impúdico

Je me tue à le dire: la psicosomatosis elevada a la categoría de arte
Jean-Jacques Rausin en Je me tue à le dire

Michel Peneud va a morir. Como usted, como yo y como su madre. Salvo que a su madre es su médico quien se lo ha dicho. Así que ella ha decidido vivir. Y vivir, para la mamá de Michel Peneud, significa dar de comer a los gatos, beber vino espumoso como si fuera champán y dar amor a Michel. Pero este amor, para Michel, resulta a veces un poco molesto. Hasta el punto de que parece, a partir de cierto momento, desarrollar síntomas parecidos a los que padece su madre. ¿Y si Michel también sufriera un cáncer de pecho? Ya de por sí Michel Peneud presenta un hermoso catálogo de neurosis: hipocondría, histeria, fobias y obsesión. Pero lo extraordinario de Michel Peneud es, con todo, que eleva la psicosomatosis a la categoría de arte. Un arte un poco peculiar, entre las artes marciales (como en la secuencia del pillaje del piso) y la iconografía (como en el plano final, relectura alucinatoria de la virgen y el niño). 

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 es tan excesiva como su contraste en blanco y negro. Pero es justamente este exceso lo que la hace apetitosa, esta manera desacomplejada de intentarlo, aunque a veces se fracase. Con este atípico primer largometraje, presentado en el festival internacional de cine francófono (FIFF) de Namur, Xavier Seron se atreve con todas sus locuras: los juegos de palabras, el humor colegial, las enfermedades incómodas, las caricaturas mordaces y, sobre todo, una relación íntima que flirtea a menudo con la trivialidad. Seron se inclina por lo más íntimo de nosotros mismos: la vida (y su relación con el seno materno) y la muerte. Y esta disección de la intimidad de sus personajes pasa por un enfoque estético especialmente apropiado. En primer lugar, la fotografía en blanco y negro de Olivier Boonjing se pone al servicio de una composición de planos en ocasiones magnífica, en especial en las escenas coreográficas que pautan el relato (la tienda de electrodomésticos, las clases de yoga o la escena en el columpio. Estas escenas funcionan como contrapesos tiernos y burlescos de la réplica que rompe y la postura que incomoda. El uso tragicómico de los preludios de Bach o de la canción italiana (la increíble Puoi Farmi Fangiere, versión de I Put a Spell on You) acentúan el relato a la vez que la pléyade de felices cameos aporta ligereza cuando el propósito de una secuencia se antoja más sombrío, como cuando Catherine Salée monta la visita de su residencia de ancianos.

Xavier Seron parece filmar a sus actores con la benevolencia de quien comparte sus dotes y sus neurosis. Je me tue à le dire es todo un trampolín para la dulce locura de Jean-Jacques Rausin, el gran héroe patético-cómico, una especie de Michel Blanc trash. En cuanto a Myriam Boyer, endosa con coraje y clase el difícil papel de la madre paciente, enferma y desquiciada al borde de una muerte que, con todo, la acoge llena de humanidad.

Aunque Xavier Seron ha empleado varios de su vida para terminar una película tan difícil de montar como Je me tue à le dire, da la impresión de haber obtenido la obra que quería, lo que no resulta a la postre nada fácil. La cinta es una producción de la belga Novak Prod y la francesa Tobina Film, tan acostumbrada a coproducir ovnis cinematográficos belgas (Amer [+lee también:
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y L’Etrange Couleur des Larmes de ton Corps [+lee también:
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, de Cattet y Forzani, por ejemplo). Je me tue à le dire contó con el apoyo del CCA, del CNC y de la región Bretaña.

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(Traducción del francés)

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