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Laurent Larivière • Director

"¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para encontrar un lugar en la sociedad?"

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- El festival de Cannes acogió no sólo la presentación en la sección Un Certain Regard de Je suis un soldat sino también nuestra entrevista con su director

Laurent Larivière  • Director

El primer largometraje de Laurent Larivière, titulado Je suis un soldat [+lee también:
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y presentado en el último festival de Cannes, concretamente en la sección Un Certain Regard, es una coproducción franco-belga en la que Louise Bourgoin encarna a una joven mujer en paro que debe pelear para recuperar todo lo que ha perdido, hasta el punto de involucrarse en el comercio ilegal de animales de su tío, interpretado por Jean-Hugues Anglade. Su autoestima no saldrá indemne.

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Cineuropa: El personaje central de la película, Sandrine, vive en la vergüenza; una vergüenza que se refleja en sus actividades clandestinas y en la manera en que se esconde, como para olvidarse de ella misma.
Laurent Larivière: El punto de partida del film es, en efecto, la vergüenza social que uno siente cuando tiene 30 años y debe volver a vivir a casa de su madre después de haber sido el único miembro de la familia que probó suerte en París, donde fracasó. Ante todo, quería hablar de esa vergüenza, de la manera en que uno se ve a sí mismo en esa situación. Así, no tardó en venirme la idea de enfrentar al personaje a un trabajo muy áspero, duro, desgarrador, sucio, totalmente alejado de sus sueños, porque Sandrine es alguien que no acierta a fijar sus deseos y responde primero a los deseos ajenos: el de su madre, que necesita dinero; el de su tío, que la mete en actividades sórdidas e ilegales... Ella no consigue decir "yo" pero todas estas experiencias duras la acabarán saturando, permitiendo finalmente su liberación al darse cuenta de que el reconocimiento que necesita no puede venir de los demás sino de sí misma. Para mí, esta película es, por tanto, la historia de liberación de un personaje que accede a un nuevo nivel de consciencia de su propia identidad y aprende a decir "yo".

Hasta el momento de su explosión catártica, la película lleva consigo una gran dosis de violencia. Pensemos en la escena en que el hermanastro destruye su casa en obras o al principio cuando Sandrine abandona su apartamento delante del agente inmobiliario.
La idea de hábitat, de refugio y hasta de lugar en general es central en la película. La primera escena, con ese agente odioso, tiene que ver con el problema de la sumisión, de la dificultad de rebelarse si perder sus plumas, si bien la gran cuestión moral que la película explora es: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para encontrar un lugar en la sociedad? Cuando su tío la introduce en el tráfico de cachorros, Sandrine se ve con más dinero del que nunca tuvo, por lo que al principio parece que repara algo: es agradable tener un poco de dinero, poder comprarse cosas y formar parte, simplemente, de la sociedad de consumo en la que vivimos todos. Repara algo porque le da también un papel en la sociedad, algo que hacer, aunque sea al precio de verse implicado en algo ilegal y extremadamente cruel.

La relación que mantiene Sandrine con su tío es particular, llena de complicidad y a la vez de tensión.
Quería que sintiéramos en su recorrido una amenaza constante. El nido familiar al que regresa, que debería constituir un cobijo de paz, quería que fuera, paradójicamente, un lugar de destrucción, puesto que no es en su familia donde debe encontrar las soluciones que busca, sino en ella misma. Por eso sentimos tensión desde el principio. Aun en la casa en que creció y a la que vuelve sin un duro no hay lugar para ella: duerme en el sofá. Desde el comienzo, todas las situaciones rezuman incomodidad, como si hubiera una hostilidad por principio del mundo que encuentra.

Su película también nos ha dado a conocer el alucinante universo del tráfico de animales, donde los cachorros se venden al kilo.
Más allá del lado sucio y sórdido de este trabajo, que servía a mi propósito, hay una dimensión espectacular, aunque me gusta la idea de que la película pueda también verse en primera instancia como un thriller con suspense. La idea es que funciona como las milhojas, con varias lecturas. Podemos imprimir una lectura social, podemos ver en el tráfico una alegoría de la crueldad contemporánea… Creo que el espectador puede proyectar un sinfín de situaciones de violencia que experimentamos día tras día.

La narración es en conjunto bastante sombría pero hay algunos momentos más ligeros: la entrevista de trabajo es muy divertida, hay una hermosa escena que da nombre a la película y en la que los personajes cantan la canción de Johnny Hallyday...
Di mucha importancia a encontrar cierto equilibrio. Por eso escogí a Louise Bourgoin, que es una actriz muy luminosa y que aporta mucha vida a la película. La idea era alternar escenas duras y escenas más ligeras o hasta divertidas (en las primeras proyecciones, me alegró mucho oír risas en la sala). No hay miserabilismo en esta familia; hay problemas, falta dinero, pero no se quejan. Estamos realmente en la vida y en ella hay mucha solidaridad y amor. Paradójicamente, este amor no evita que haya accesos de violencia, humillaciones y tensiones pero es un todo como la propia vida. Mi intención era componer un cuadro que diera cuenta de la complejidad de las relaciones humanas.

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(Traducción del francés)

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