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Bartosz M. Kowalski • Director

"Un efecto dominó"

por 

- El joven director polaco Bartosz M. Kowalski nos habla de su primer largometraje, Playground, presentado en San Sebastián y Varsovia, entre otros festivales

Bartosz M. Kowalski • Director
(© Rafal Nowak / WFF)

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fue presentada como parte de la selección oficial en San Sebastian, en Gdynia, en el BFI de Londres y, ahora, en la competición 1-2 del Festival de Varsovia. Nos hemos reunido con su director, Bartosz M. Kowalski, para hablar de su primer largometraje.

Cineuropa: Su película se basa en una historia real. ¿Por qué eligió este tema: un asesinato cometido por niños?
Bartosz M. Kowalski: Me topé por casualidad con esta historia; casi podría decirse que me di de bruces contra el asunto. Creí que con mi experiencia sería capaz de resistir a una información tan atroz que podía parecer inimaginable. Sin embargo, me impactó profundamente, con tanta fuerza que decidí que iba a hacer una película sobre ello.

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Al final de la proyección, cuando el público aún aplaudía, tuve la sensación de que la película era una especie de advertencia.
Es exactamente lo que dijo Wojciech Smarzowski, el supervisor artístico de Playground. Él añadió que se trata de una cinta que deberían ver todos aquellos que son padres.

Sin embargo, el acto cometido por los niños no tiene ninguna explicación.
Exactamente. Es natural que cada explosión de violencia nos lleve a buscar razones. Si no encontramos una, nos preguntamos si no habrá varias: los errores de los padres, la genética, los compañeros de la escuela, las tecnologías, Internet... Uno se pregunta si el mal existe como tal, si es posible que alguien pudiera nacer con una ausencia total de empatía.

También cabe plantear la cuestión de la banalidad del mal.
Sí, en mi historia, el asesinato se comete al cabo de una sucesión de pequeñas situaciones, tal vez insignificantes, pequeños detalles. Tuve muchísimo cuidado en mostrar el lado ordinario de los personajes, puesto que se trata de niños normales, que no se distinguen por nada en especial de sus compañeros. Había que mostrar su cotidianidad más espontánea. Hay un efecto dominó, una cadena de pequeñas circunstancias que llevan a la escena final. Todos los 70 minutos de la película tienden hacia ese final.

Esa escena está rodada en un estilo “paradocumental”.
Se trata de una elección consciente. El director de fotografía, Mateusz Skalski, y yo estábamos totalmente convencidos de que teníamos que filmar esa escena sin estilización de ninguna clase: ni luz artificial, ni movimientos de cámara. Todo eso habría perturbado la verosimilitud de la historia. 

¿Escribió rápidamente el guion, llevado por el shock inicial de descubrir esta historia?
El guion lo escribimos en apenas unos días, en mayo. Pero corregirlo y perfeccionarlo nos llevó algunos meses. Para describir bien a los personajes y para afilar los diálogos, hablé mucho con adolescentes, traté de recordar mi infancia y exploté detalles de la escuela que permanecían en mi memoria, pero tuve que llevar nuestra experiencia hasta la época actual, con la omnipresencia de la tecnología y el registro de todo de todos los modos posibles.

¿Fue difícil el casting?
Me daba un poco de miedo porque nos decíamos que el tema iba a complicar muchísimo las pruebas con los niños y que, aun cuando encontráramos niños capaces de interpretar la película con verosimilitud, con emociones auténticas, sus padres no nos darían nunca la autorización para que trabajaran con nosotros. Al final, después de ver a 1000 niños, encontramos a nuestros tres actores. Durante los preparativos en el plató, organizamos la producción de manera que los niños se sintieran siempre seguros. Para nosotros, ellos eran lo más importante. Pasamos mucho tiempo juntos. Para distraerlos, montamos a caballo, fuimos de acampada y demás. Formamos una especie de familia. Y en todo momento estábamos acompañados por un psicólogo. 

La banda sonora ofrece un gran contraste. ¿Por qué?
Soy un apasionado, casi un fanático, de las bandas sonoras cinematográficas. Para mi primera película de ficción, A Dream in the Making [un mediometraje de 50 minutos de duración], la música la compuso Angelo Badalamenti, mundialmente conocido por su trabajo para David Lynch. Para Playground, quitando las piezas de compositores clásicos que adoro, la música original la compuso Kristian Eidnes Andersen, quien trabajó con Lars von Trier. Aunque es una película modesta, con un presupuesto moderado, respondió positivamente a mi invitación. Para mí, era algo crucial.

Las reacciones del público ante su película son muy fuertes: una parte de los espectadores abandonó la sala en San Sebastián y en Gdynia durante la escena final.
Me parece bien. El tema es importante. Uno de nuestros tres actores infantiles, Nicolas, constató que 200 personas salieron y que 1200 se quedaron. No está tan mal, ¿no?

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(Traducción del francés)

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