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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Panique au Village

por 

- Un brillante trabajo que lleva una serie de televisión a la gran pantalla. Una ópera prima de animación belga llena de originalidad y presentada fuera de competición en el Festival de Cannes

Pasar de un corto a un largometraje siempre es una tarea muy ambiciosa. Hay que idear una historia más larga, adaptar el estilo narrativo, desarrollar personajes con una personalidad bien definida y, sobre todo, cambiar de velocidad. El ritmo infernal de los diez minutos que dura un corto no se puede mantener durante una hora, a no ser que nuestra intención sea volver locos a los espectadores. Hay que marcar otro compás. Stéphane Aubier y Vincent Patar, flanqueados por sus guionistas Vincent Tavier y Guillaume Malandrin, estuvieron tres años trabajando en el guión de Panique au Village [+lee también:
tráiler
entrevista: Stéphane Aubier y Vincent…
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ficha de la película
]
. Durante esos años, escribieron y retocaron la historia, los gags y los diálogos al mismo tiempo que dosificaban cuidadosamente su poción en el espacio de tiempo dado. La película saca provecho de esta meticulosa preparación. El guión propone una gran variedad de tempos, que van del adagio al allegretto, y con los que los directores juegan hábilmente para crear la fluidez que supone el éxito del largometraje.

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Hay una verdadera historia que va más allá de una simple sucesión de peripecias cómicas. Vaquero e Indio, unos pilluelos perturbadores y traviesos, toman cuerpo. Caballo, su refunfuñón hermano mayor, un personaje secundario, adquiere vida propia, personal e incluso sentimental. Una de las principales aportaciones de la película es la llegada a este universo de los niños de Madame Longrée (a quien pone voz Jeanne Balibar), una encantadora yegua de voz sensual, acicalada con fulares de una elegancia refinada y que es profesora de piano (el colmo para un ungulado). Caballo y Madame Longrée viven una historia de amor tan pasional como romántica. Los personajes secundarios se convierten en verdaderos actores, siendo más sujetos que objetos de la historia. Por ejemplo, mientras Steven está en la cárcel, Janine desarrolla una faceta de su personaje, mostrando emociones y haciendo cosas que hubieran sido imposibles en la serie de televisión.

El gran acierto de los autores es haber logrado, durante todo este ejercicio, mantener el tono general desarrollado en la serie, que al estilo de la magdalena de Proust, nos devuelve a la inocencia de la infancia. A través de esas figuritas, vemos al niño que juega. Imaginamos los referentes (padres, profesores, conocidos) en los que se inspira, más o menos conscientemente, para crear a sus personajes. Nos deleitamos con esa relación particular que tiene con la realidad y que presenta por una parte, una lógica simple, pero aplastante y por otra, una ausencia a veces total de coherencia. Nos sentimos atraídos por esa relación con el mundo, ni simplista ni vacío de sentido, del pillo con pantalones cortos que toma consciencia del universo que le rodea y lo reproduce, más o menos, como lo percibe: Indio encarga ladrillos por Internet, Steven lleva a sus animales a pastar en el tractor mientras Policía dirige el tráfico, Caballo va a buscar en coche a los animales cuando acaban sus clases de piano en el conservatorio, el establo donde dejan dormir a nuestros tres héroes después de que pierdan su casa es como un dormitorio común de un campamento de verano... Son estos elementos, mucho más que las aventuras que corren, lo que nos hace rendirnos al encanto de la película y a los que nos enganchamos y no podemos soltar hasta el final.

Sin tomarse muy en serio a sí mismos, estos dos amigos, Stéphane Aubier y Vincent Patar, son poseedores de un saber hacer lo bastante asentado para desarrollar un concepto más rico y más desarrollado. Además, podemos comprobar que se han divertido mucho y nos hacen ser cómplices de esa diversión.

Fuente: Cinergie

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