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EDITORIAL

Festivales en España o la cultura en tiempos de crisis

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Tras unos años de trabajo constante y compromiso renovado, casi obsesivo, con la vanguardia del cine de autor, la 49ª edición del Festival Internacional de Cine de Gijón está ya al alcance de la mano. La inminente efeméride supone un indudable motivo de celebración pero llega en un momento delicado, algo que ni queremos ni podemos pasar por alto, pues en España han desaparecido durante los últimos meses festivales de larga vida y generoso presupuesto, mientras otros de prestigio crítico han sido convertidos en bienales.

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Gijón nació en 1963 como Certamen de Cine Infantil y a lo largo de muchas décadas ha vivido momentos de autoafirmación y también otros marcados por crisis pasajeras de identidad. Pero queremos creer que en los últimos años el festival ha logrado sortear, esperamos que con éxito, retos como los nuevos formatos digitales: inconvenientes considerables para un festival de presupuesto modesto que, con sentido común, imaginación y una cierta planificación, se han logrado superar razonablemente. También se ha confirmado el relevo generacional de los espectadores, así como la asimilación de nuestras (a veces arriesgadas, otras incluso un poco locas) propuestas, que sólo guardaban un ambicioso fin último: reeducar la mirada del espectador tras décadas de exposición a fórmulas narrativas convencionales. Además de trabajar con los más jóvenes procuramos dirigirnos al cinéfilo más experimentado y exigente. Puede sorprender este hecho, pero fue en Gijón donde el espectador español descubrió, a través de ciclos o retrospectivas, a cineastas inéditos en las salas comerciales españolas pero cruciales en la historia del reciente del cine europeo como Claire Denis, Pedro Costa, Bruno Dumont, João César Monteiro, Lukas Moodysson o dos de los protagonistas de Gijón 2011: Bertrand Bonello y Michael Glawogger.

Ha sido un duro trabajo (que consideramos aún inacabado) para recuperar a generaciones de escépticos ante el futuro del cine y sus nuevas rutas de exploración. Lo que nadie podía prever era hasta qué punto, en este año 2011, la crisis económica arrasaría con un buen número de festivales y certámenes culturales en nuestro país hasta llegar al cuestionamiento de la necesidad de su existencia -incluso con cierta agresividad- en círculos poco dados a comprender la importante labor de los festivales de cine como dinamizadores de las economías locales y regionales, y su papel clave como eslabón en la cada vez más compleja y frágil cadena de circulación de obras audiovisuales. Por otro lado, no conviene olvidar sus aportaciones como transmisores culturales y de conocimiento: una vertiente didáctica que se nos antoja fundamental para la búsqueda de salidas a la ardua situación en la que nos encontramos.

No obstante, estando todos de acuerdo en que los festivales se han convertido en un circuito complementario al de las salas comerciales, con aliados tan fundamentales como las filmotecas (es habitual que los ciclos de Gijón viajen a Valencia, La Coruña o Santander), y ante la previsible reducción en las ayudas públicas en 2012, cabe destacar dos cuestiones que a mi entender resultan esenciales:

1. De algún modo, los festivales de cine en España han sido víctimas de su propia burbuja inmobiliaria, debido a la desenfrenada carrera por ofertar los premios en metálico más jugosos (carrera inaugurada por muestras con presupuestos modestos y que arrastró a certámenes en una situación económica más holgada).

2. La dificultad para afrontar a corto plazo las exigencias, cada vez más cuantiosas, de las distribuidoras internacionales en el pago de derechos y alquileres. Por poner un ejemplo, vivido por nuestro certamen durante este año: ¿es factible y aceptable (incluso moralmente, en los tiempos que corren) abonar una cantidad cercana a los 600 euros por la exhibición de un cortometraje producido hace más de cinco años y disponible en YouTube? Reconozco y reivindico la necesidad de esas compañías que tanto han contribuido a la pervivencia de los festivales, pero tampoco está de más avisar del peligro de matar a la gallina de los huevos de oro.

En fin, un programa tan contundente y ambicioso como el de esta 49ª edición pretende, sobre todo, afianzar una línea de programación que –espero no sonar demasiado petulante- cuenta con el respaldo no sólo de buena parte de la crítica, sino también de un público diverso y cómplice que hace tiempo que ha asimilado al Festival de Gijón como un punto de encuentro, de intercambio, de convivencia y de respeto. Un asidero frente a la peligrosa homogeneización de los gustos, frente a la molicie imperante y la indolencia crítica. Y, por qué no decirlo, también una fuente de diversión y placer intelectual. En esa lucha seguimos.


José Luis Cienfuegos es el director del Festival Internacional de Cine de Gijón, que empieza mañana, 18 de noviembre

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