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PELÍCULAS / CRÍTICAS

El Havre

por 

- Elegancia, humor distanciado y sutil compromiso político son los pilares de la gran olvidada del palmarés de Cannes 2011.

En Le Havre [+lee también:
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, presentada en la competición oficial del 64° Festival de Cannes, el inimitable director finlandés Aki Kaurismäki (Gran Premio del jurado del festival en 2002 por El hombre sin pasado [+lee también:
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) firma una fábula utópica, alejada de su tiempo.

No entender una sola palabra de francés no ha sido razón de peso para que Kaurismäki haya vuelto a rodar en la lengua de Molière, en Francia, más precisamente en la Alta Normandía, en la localidad portuaria de Le Havre: un enclave al margen del paso del tiempo. Allí, la policía descubre un contenedor repleto de clandestinos. Un joven africano (Blondin Miguel) logra escapar y se refugia en casa de Marcel Marx (André Wilms), encerador de calzado, quien lo ayudará a llegar a Inglaterra.

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Le Havre no es solo la obra más lograda de un director al que a menudo se le ha tachado de cínico; también es una pequeña joya de inteligencia, inspiración formal y humor. Son abundantes los guiños, que contribuyen a que la película adquiera un ritmo de comedia amable, con ciertos toques de surrealismo. El tal Marcel Marx es un antiguo escritor que se expresa en un francés pulcro y en desuso: hace gala de tiempos verbales olvidados con la misma destreza que usa el trapo para dar brillo a los zapatos. Es un señor de los de antes, de esos que quizá nunca existieron, cosa que el director del filme se niega a creer. Aki Kaurismäki se azucara con los años, su optimismo abre la puerta a los sueños.

En Kaurismäki, el minimalismo es un arte de estilización de lo real. A algunos echará para atrás esta forma de interpretar consistente en recitar el texto, con la mirada vacía, pero en realidad se trata de una formidable entrada en el absurdo, orquestada a la perfección. Los diálogos carecen sistemáticamente de sincronización con respecto al tema central, dando pie a sorpresas a la vuelta de cada frase. Para dirigir al reparto extranjero el cineasta se aferró a la musicalidad del lenguaje y a la sobriedad de movimientos, mínimamente expresivos.

La historia se desarrolla en la época presente, pero el director la sitúa en un ambiente arquetípico que parece importado de la Francia rural de los años 60. La actualidad de los temas políticos es candente: la inmigración clandestina, el celo de la policía y de la clase política son temas que la cinta aborda de soslayo al mostrar una realidad humana que, por otra parte, es de total ensueño. Los hombres de Le Havre son amables, gente de buen corazón. Cuando un inspector (Jean-Pierre Darroussin) debe ejercer su oficio de represor, cede de forma natural ante la bondad de su entorno. ¡Al diablo el realismo si hay una buena enseñanza que ofrecer por el camino!

Al final, Le Havre es una historia elegante, con buen ritmo, en la que el humor estoico y la generosidad priman sobre el discurso político y la gravedad de la situación cotidiana. Una película simple y, a la vez, dificilísima de conseguir. Una pequeña joya.

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(Traducción del francés)

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