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PELÍCULAS España

Open Windows: Todos podemos ser unos monstruos

por 

- Nacho Vigalondo reflexiona y critica, en este thriller a pantalla partida, sobre el exceso de información, el espionaje doméstico y las grandes imposturas de los tiempos de internet

Open Windows: Todos podemos ser unos monstruos
Elijah Wood en Open Windows

En la pasada edición del SXSW de Austin debutaron dos películas españolas con un punto en común: abordaban las consecuencias que las tecnologías están teniendo en las interacciones humanas, pero desde planteamientos formales y narrativos opuestos. Mientras 10.000 kms [+lee también:
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retrata con realismo/naturalismo la relación a distancia de una pareja, Open Windows [+lee también:
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-tercer largometraje de Nacho Vigalondo- opta por la fantasía, el artificio y la acción como materia prima para levantar un film-crítica hacia cómo nos cambian -a peor- esas mismas tecnologías.

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Precisamente en Austin se sitúa la acción de esta película que empieza como una broma y termina como una pesadilla. En la ciudad tejana, un cineasta presenta su último film: uno de esos productos comerciales diseñados para atrapar a las audiencias jóvenes. Al director (encarnado por el propio Vigalondo, un showman que ha saltado la barrera de la cámara en otros títulos suyos, como el cortometraje Choque o en su primera película, Los cronocrímenes [+lee también:
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) le acompaña su actriz principal, Jill Goddard (encarnada por Sasha Grey), cansada de los abusos de una industria déspota y deshumanizada. Pero estamos asistiendo al acto a través de una pantalla de ordenador, a su vez dividida en otras pantallas, desde la de un móvil a un pórtatil o la que retransmite las imágenes que capta una cam

Otra de esas ventanas nos muestra la habitación de un hotel de la misma ciudad, donde Nick Chambers, un fan de Goddard (Elijah Wood, quien vuelve a participar en una cinta española tras intervenir en Grand piano [+lee también:
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), espera el momento de ir a cenar con ella, pues ha ganado un concurso que le permitirá disfrutar de ese privilegio ansiado por tantos. La trama se empieza a torcer cuando la actriz se niega a seguir participando en ese circo cansino y absurdo... y mucho más al entrar en escena un despótico hacker que dará órdenes, chantajeando al ingenuo admirador y presionando a la diva.

Estamos, por lo tanto, asistiendo a una película que, como la vida actual, nos ofrece información por varios canales distintos: múltiples ventanas -siempre abiertas- nos van narrando, en tiempo real, lo que transcurre en diferentes escenarios. Y, como ya está sucediendo, ese exceso de información nos empieza seduciendo, continúa agobiando y termina saturando.

Vigalondo ofrece espectáculo, retorcimiento e intriga críticos con lo que han traído las tecnologías: aquí la manipulación, la mentira y el abuso de poder campan a sus anchas, hasta límites insospechados. El voyeurismo, el asalto a la intimidad, la suplantación, la explotación y el espionaje resultan accesibles, propiciados por una falta absoluta de ética y valores, porque, usando las herramientas digitales de las que gozamos, cualquiera puede ser un criminal.

Teniendo como maestros a Brian de Palma, Mario Bava y, cómo no, al omnipresente Hitchcock, Vigalondo nos va llevando a través de este puzzle que nos exige máxima atención; un laberinto que va engordando la tensión hacia un final que, desgraciadamente, incurre en el mismo problema que denuncia: la confusión, el caos y el exceso de información. Porque en el tercer acto, si sumamos ventanas dentro de ventanas, se llega a la cuarta o quinta: vemos un ordenador dentro de otro ordenador que está viendo ese mismo ordenador... Una espiral y multiplicidad muy queridas por este cineasta que, sin miedo al riesgo, hace malabarismos con la narrativa cinematográfica.

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