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PELÍCULAS España

El árbol magnético: esa maldita nostalgia

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- El primer largometraje de Isabel de Ayguavives es un pausado fresco de familia con latentes sentimientos de fondo y el peso del pasado condicionando a sus personajes

El árbol magnético: esa maldita nostalgia

Ya, previamente, en sus cortos, la cineasta gallega Isabel de Ayguavives apelaba al pretérito, a la estirpe y a las ausencias: el recuerdo otorgaba a las imágenes y a los conflictos una pátina melancólica, como sucede en su primer film, El árbol magnético [+lee también:
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, que se estrena este viernes, día 1 de agosto, en España tras exhibirse en festivales como San Sebastián, Colonia y Madridimagen, donde fue el mejor título. Entre medias, esta mujer que plasma en pantalla lo que bulle en su interior, trabajó como ayudante de dirección en teleseries mientras, durante cuatro años, ha intentado levantar este proyecto personal nacido de un viaje que realizó con un amigo chileno, quien volvía a su país tras años de ausencia. Las personas que Isabel conoció entonces le parecieron tan especiales y le transmitieron tantas emociones, que ahora nos invita, con su cámara fija, sus silencios y las miradas de sus actores, a formar parte de una reunión similar.

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Teniendo presente al maestro Rohmer y logrando que la historia y cómo se cuenta esté en sintonía, Ayguavives nos lleva hasta Chile, a una casa de campo que va a ser pronto vendida. Allí encontramos a Nela (magnífica Manuela Martelli) con sus padres, que ultiman preparativos ante la llegada de Bruno (Andrés Gertrúdix, al que vimos hace poco en 10.000 noches en ninguna parte [+lee también:
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), un primo de la chica que lleva tiempo viviendo en Europa. A continuación arribarán, para celebrar el reencuentro, el resto de la amplia saga, donde destaca el locuaz Javier (Juan Pablo Larenas) y la silenciosa abuela. Asistiremos, pues, a gestos, comidas, códigos, conductas y juegos tan cotidianos como, aparentemente, anodinos, pero cargados de nostalgia, pues los recuerdos condicionan su manera de relacionarse y, también, les hace seguir unidos.

Para lograr tan puntilloso naturalismo, la directora emplea planos largos y estáticos, aprovecha los reflejos en los cristales y apenas intercala música: cuando lo hace, las pinceladas sonoras son minimalistas, nada enfáticas y acordes con la atmósfera relajada que domina sus fotogramas. Pues lo que sucede en la pantalla resulta más latente que evidente, por eso, a través de los ojos de los personajes, el espectador se podrá asomar a sus pensamientos. Se trata de evocar, no sabiendo a cierta cierta lo que está sucediendo; lo cual empuja al público a incorporarse a la trama y, desde la realidad de cada persona, interpretar el film.

Así, El árbol magnético -coproducción hispano-chilena que ha contado con el apoyo de Ibermedia y TVE- confirma que volver a lugares del pasado nos provoca desencanto, porque desde el prisma adulto los vemos más pequeños, estropeados o feos, e incluso buscamos, con ansia, sentir lo mismo que antaño, lo cual resulta ya imposible. Pero, nos cuenta el film, hay que saber convivir con eso y disfrutar del presente. Por todo ello su autora realiza esta exposición de diferentes situaciones que componen una sutil reflexión sobre esa maldita nostalgia que, a veces, puede llegar a pesar demasiado. 

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