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KARLOVY VARY 2016 Competición / documentales

El último verano: las transiciones del cine

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- KARLOVY VARY 2016: El primer largometraje de Leire Apellaniz retrata, sin sentimentalismos ni romanticona nostalgia, el paso del cine analógico al digital a través de la figura de un proyeccionista itinerante

El último verano: las transiciones del cine

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compite en la sección documental del 51 Festival de Karlovy Vary tras haber formado parte de otros certámenes, como BAFICI y el de Uruguay. Es la tercera representación española en la ciudad checa, pues La próxima piel [+lee también:
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(España/Francia/Marruecos/Qatar) se exhibirá en Another View.

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El film comienza en Almería, lugar mítico de la geografía española donde se rodaron tantos spaghetti westerns. Allí, junto a una gasolinera, despierta el anti héroe de esta historia, Miguel Ángel Rodríguez, un hombre que se pasa el estío recorriendo la geografía peninsular encomendado en cuerpo y alma a una pasión: llevar el cine por los pueblos de la piel de toro. Así, organiza el calendario, transporta las bobinas y visita a los empresarios que, como mensajeros de los dioses, acercan las fantasías y los dramas del séptimo arte a niños, ancianos y gatos que en calles, recintos y explanadas, sucumben a la contemplación de lo que se proyecta -bajo las estrellas- en paredes, sábanas y pantallas hinchables.

Porque Miguel Ángel, como un cowboy, allá por 2013-14, cuando se iba a producir el llamado apagón analógico –paso a la exhibición digital- aún acarreaba esas bobinas enormes y esos proyectores que ahora duermen almacenados en depósitos-cementerios. Esa transición, ese cambio impuesto y a la vez necesario, es mostrado por Leire Apellaniz a través de la figura vagabunda de Rodríguez, con quien trabajó años, precisamente como proyeccionista.

Es, por lo tanto, El último verano, un sentido homenaje a esas personas que transmitieron el celuloide, y que ahora deben transformarse, evolucionar hacia otro sistema, siempre dentro del cine. Pero el documental, rodado entre amigos y con un par de cámaras fotográficas, no cae en nostalgias lacrimógenas al estilo Tornatore, sino que, como otra película que también mostraba el fin de una etapa, Paradiso, de Omar A. Rakkaz (que se ve fugazmente proyectada en este film), apuesta por una narrativa sincera, respetuosa y vitalista.

El humor –esos libros de cine que ayudan a equilibrar un viejo proyector- y las imágenes simbólicas –cómo en la madrileña Sala Berlanga, una plataforma deslizante permite emplear un proyector foto químico u otro digital- así como la presencia sorpresiva de algún rostro conocido (el protagonista de El apóstata [+lee también:
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; pero hay más, que no vamos a desvelar aquí) van construyendo un film orgánico, fresco y artesanal que ha recreado alguna situación vivida anteriormente por el protagonista, pero no ha inventado escenas: todo lo que vemos ha sucedido en el deambular de este quijote del cine y el flamenco, encarnación del ocaso de una era.

Como colofón, la última escena ha sido rodada en 35 mm.: guiño cómplice a aquellos técnicos que proyecten este documental no sólo en Karlovy Vary, sino en cualquier otra pantalla, al aire libre o no, del mundo. Porque el alma y cariño que pone un humano en sus actos nunca serán sustituidos por una máquina.

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