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CANNES 2017 Quincena de los Realizadores

A fábrica de nada: entre la lucha social y la comedia musical

por 

- CANNES 2017: Pedro Pinho describe a través de un encadenamiento cronológico de cuadros los altibajos del combate perdido de antemano de los empleados de una fábrica de ascensores

A fábrica de nada: entre la lucha social y la comedia musical

Vivimos una experiencia realmente inédita al ver A fábrica de nada [+lee también:
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, del portugués Pedro Pinho (su primer largo de ficción, producido por la muy activa Terratreme, creada por él mismo y cinco compañeros en 2009), que se sumó en el último momento a la selección de la 49ª Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes. El film, mezcla sorprendente de austeridad y exuberancia, disfruta plenamente de la libertad de herramientas (estéticas, visuales y sonoras, musicales a veces, pues Pinho nos ofrece varias impresionantes escenas de comedia musical) que ofrece la ficción, y, sin embargo, el impacto de su hiperrealismo inmersivo remite a un espíritu propio del documental. 

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Toda su poesía y todo su pragmatismo están además contenidos en el título, retomado al final de la cinta en forma de una letanía canturreada (“sin hacer nada... sin hacer nada”) que no deja de recordar de manera lejana la melódica desocupación existencial de Anna Karina en Pierrot, el loco; ello da la medida de hasta qué punto estamos ante un realizador en plena posesión de sus medios, un director inequívocamente luso que describe el clima social y económico deprimido de su país a través de una suerte de colaje panorámico, pero que, al contrario que Miguel Gomes en su tríptico Las mil y una noches [+lee también:
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,sigue un hilo narrativo que dota esta obra de una sólida continuidad. Y con razón, pues A fábrica de nada se inspira de una historia específica, una aventura de autogestión real llevada a cabo por los empleados de la filial local de un célebre fabricante de ascensores; un motor narrativo de tal poder de evocación metafórica, con altibajos que sustituyen los pasos del ser humano, que no podemos sino admirar cómo lo real sobrepasa en inventiva a la ficción.

Esta narración lineal nos adentra en el mundo de los obreros, a los que acompañaremos hasta el final sin concesiones, como hipnotizados, al ritmo del martilleo regular de un pilón. A esta cadencia penetrante sigue la baraúnda del epicentro de la acción, con su desorden y su gravedad. Los obreros acaban de descubrir que la empresa procede en secreto, por la noche, al desmantelamiento de este complejo industrial en decadencia. Durante casi tres horas, seguimos las diferentes etapas de la laboriosa tentativa de esta comunidad de trabajadores de tomar las riendas de la situación, tentativa que alterna con fragmentos de sus vidas cotidianas (la pareja, los familiares... ), haciéndonos sentir de manera casi física una cuestión que está en el centro de los numerosos debates ideológicos que salpican la trama: el lugar en la vida del trabajo, que simultáneamente la sustituye —hasta tal punto que cualquier otra actividad cotidiana debe ceder paso cuando surge una urgencia profesional— y la sostiene, representando el espacio de su verdadera plenitud.

El absurdo que se desprende de la puesta en escena enlaza con el de los argumentos, desprovistos de toda validez, de la dirección (que evoca de manera falaz los “intereses comunes” de la empresa y los empleados, como si todavía nos situáramos en un modelo industrial familiar, obsoleto desde hace mucho tiempo), con el absurdo de la pérdida el valor del trabajo de las personas (cuando su vida nunca ha girado tanto en torno a la necesidad de tener/conservar/encontrar empleo), del “fetichismo de la mercancía”, de las convicciones personales confrontadas a imperativos concretos... Porque, en A fábrica de nada, Pinho nos da la oportunidad de oír voces que la globalización ha silenciado en gran parte, silenciando al mismo tiempo su pluralidad. El cineasta nos propone un discurso social comprometido, pero no sentencioso; un discurso pragmático, sin ilusiones fantasiosas sobre la realidad del destino de una fábrica como la que aparece en el film, pero no desencantado, pues la chispa mágica que perdura, y que da lugar a los cantos y coreografías que salpican la narración, es la chispa del elemento humano. 

Las ventas internacionales de la película están a cargo de Memento Films International

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(Traducción del francés)

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