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BERLINALE 2018 Competición

Crítica: Transit

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- BERLÍN 2018: Christian Petzold renuncia a jugar a dos niveles para hablar de la espera de unos emigrantes antes de partir, y el resultado es una película que no acaba de ir a ninguna parte

Crítica: Transit
Franz Rogowski y Paula Beer en Transit

A qué deliciosas ambigüedades nos ha acostumbrado el alemán Christian Petzold desde el debut de su carrera, en particular en sus primeras películas, presentadas a concurso en el Festival de Berlín (Fantasmas en 2005 y Yella [+lee también:
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en 2007), donde los desdoblamientos (en que se ha acabado especializando) eran de lo más perturbador por atañer al orden psíquico. Petzold siguió desarrollando este procedimiento, consistente en la superposición de dos continuums que evolucionan en paralelo, creando una tensión embriagadora, poderosamente sensual en Jerichow [+lee también:
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, histórico-existencial en Bárbara [+lee también:
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, identitaria en la vertiginosa Phoenix [+lee también:
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. En Transit [+lee también:
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, su último trabajo y su cuarta candidatura al Oso de Oro de la Berlinale, el director rompe con este dispositivo y, por desgracia, con esa especie de carácter embriagador que conllevaba para el espectador. La película, en efecto, se conforma sustancialmente con ese estado de entreaguas a que hace referencia el “tránsito” del título en lugar de avanzar a dos niveles. Al no decantarse por ninguno, pierde todo su picante y acaba guiado por una narración en off que poco ayuda.

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Su historia transcurre en un lugar indeterminado de Marsella a lo largo de varias décadas. En su contexto histórico imaginario aparece la ocupación alemana y la necesidad de algunos ciudadanos alemanes de escapar del continente por barco. Uno de ellos es Georg (la Shooting Star alemana del año, Franz Rogowski). Marsella es el lugar al que Georg acude para obtener un visado y donde muchos otros individuos como él aguardan ociosamente, sin otro propósito vital. Por poco, su camino se cruza con el de un escritor suicida, Driss, su madre y, sobre todo, Marie (Paula Beer), la mujer del literato, que busca a su marido desconocedora de su muerte. Georg, que había decidido tomar la identidad del escritor muerto, se verá, por tanto, metido en problemas a causa de esta transformación. Vemos en semejante resumen del argumento motivos propios de la filmografía de Petzold pero lo que aquí se nos ofrece es completamente lineal: con semejante suspense, los días transcurren como parte de una misma rutina entre lugares recurrentes y repetitivos, bajo la pauta de la narración en off que describe el recorrido de los personajes hasta aplanarlos.

Petzold se niega a profundizar en este dispositivo (cuya idea de base es claramente la imitación de Georg de la voz del escritor), aplastando así el potencial de sus personajes, ya de por sí un tanto insípidos (la impresión que dan de no estar a gusto en la pantalla resulta, sin embargo, coherente con la intriga), fruto asimismo de unas actuaciones que van de lo pusilánime a lo neutro. "Los puertos son lugares en que se cuentan historias", nos dice la película. Sin duda, ¡que nos cuenten historias! pero valdría más la pena si el texto que nos cuenta el narrador tuviera ciertas calidades literarias o la prosa que nos arroja sin mascar tuviera más brío. La pequeña pirueta final, el fogonazo del epílogo, un tanto ridículo, preocupa más que apacigua. Y salimos de Transit con la impresión de no haber ido a ninguna parte.

Transit es una producción de Schramm Film Koerner & Weber en coproducción con la marsellesa Neon Productions. De sus ventas internacionales se ocupa The Match Factory.

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(Traducción del francés)

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