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TRIBECA 2018

Crítica: Obey

por 

- El primer largometraje de Jamie Jones, proyectado en la competición internacional de narrativa de Tribeca, sitúa su acción en 2011 con los disturbios de Londres como trasfondo

Crítica: Obey
Marcus Rutherford y Sophie Kennedy Clark en Obey

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, de Jamie Jones, está ambientada en las calles de Hackney, en el East End de Londres, uno de los puntos calientes de los disturbios que sacudieron la capital inglesa en 2011. Los medios de comunicación presentaron los motines como una reacción a la muerte de Mark Duggan a manos de la policía en Tottenham y algunos aventuraron que los problemas que se siguieron estuvieron espoleados por rufianes y ladrones –incluso anarquistas– que se aprovechaban de la furia para saquear tiendas y robar a la gente. No se trataba de una protesta política sino de oportunismo. Estos informes sobre el caso de Duggan y la rabia ciudadana consecuente aparecen a lo largo de la película, presentada en la competición internacional de narrativa del Festival de cine de Tribeca, cada vez que vemos a un personaje en un plató de televisión. El cineasta debutante Jamie Jones hace gala de su ambición en su intento de contextualizar los disturbios como parte de una crisis social más amplia, resultado de las políticas económicas de Thatcher y Blair, resultantes en un desfase creciente entre los ricos y los pobres. Cuando la austeridad apareció como la solución a la crisis económica global de 2008, la rabia salió a la superficie, especialmente mediante el movimiento Occupy. Jones opta por contarnos su historia en un nivel micro, sirviendo el barrio de Hackney como perfecto trasfondo para desarrollar su trama sobre la rápida gentrificación, la falta de oportunidades y el tedio, factores tan significativos en los motines como el tiroteo que acabó con la vida de Duggan o el oportunismo criminal.

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El también debutante Marcus Rutherford demuestra ser un descubrimiento excelente en su papel de Leon. Este chico de 19 años de edad vive con su madre, la alcohólica Chelsea (T’Nia Miller), y, de cuando en cuando, con alguno de sus novios, a cual más granuja. Su hogar está tan roto que el propio leon se entrega a los servicios sociales y pasa su tiempo libre boxeando en el gimnasio. A veces, también, cometiendo pequeños delitos, como en la fabulosa escena inicial, en la que vemos a Leon caminando calle abajo con sus amigos. El director, desde entonces, se queda con Leon y ofrece un giro sorprendente cuando lo enamora con un espíritu libre como Twiggy (Sophie Kennedy Clark) en una fiesta en la que todos se drogan inhalando gas en globos. Leon y Twiggy desarrollan una amistad que bien podría salir directamente de una película de la Nouvelle Vague. Leon va a un canal con Twiggy y con su novio Anton (Sam Gittins), en una apuesta por el clásico triángulo amoroso de dos chicos y una chica. La realidad de Leon, sin embargo, es demasiado poderosa para él: este momento de liviandad y sosiego desaparece y no tardará en encontrarse atrapado en la espiral de resentimiento que agita Londres.

Se trata de una ópera prima ambiciosa, con muchas cosas admirables, pero también con la persistente sensación de que, a pesar de querer brindar un punto de vista diferente, Obey acaba tirando a veces del cliché. La relación entre Leon y Twiggy, además, no la sentimos como auténtica, pues se antoja más como un romance de película que como un compromiso real, lo que significa, por tanto, que algo le falta a la última escena entre ambos, con ecos de Haz lo que debes, de Spike Lee. Dejando esto de lado, estamos, en todo caso, ante un debut valiente que, probablemente, llegará a multitud de festivales y erigirá a Jones como un director al que seguir la pista.

Obey es una producción de las británicas Beyond Fiction y Harvest Pictures.

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(Traducción del inglés)

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