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PELÍCULAS / CRÍTICAS

4 meses, 3 semanas y 2 días

por 

- Tema y forma van combinados con un efecto horrendo en un apasionante testimonio de vida, muerte y toma de decisiones durante la era comunista

Sobre una mesa cubierta con un mantel de vinilo, una pecera. En la pecera, un pez nada en círculos. Todo parece normal. No se ve a nadie, aunque los más atentos saben de sobra que hay alguien no muy lejos. Un cigarro encendido, apenas consumido, en un cenicero junto a la pecera. Se oyen voces. La cámara nos revela a Gabita (Laura Vasiliu) preparándose para ir a algún lado, preguntándose si llevar o no con ella sus tareas. A medida que la cámara se aleja aparece Otilia (Anamaria Marinca), su compañera de estudios. Va a buscar cigarrillos extranjeros, que necesitarán para su próxima misión, como el mantel de vinilo.

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El mensaje de Cristian Mungiu, guionista y director de 4 meses, 3 semanas y 2 días [+lee también:
tráiler
entrevista: Cristian Mungiu
entrevista: Oleg Mutu
ficha de la película
]
, en esta primera escena es claro: más allá de una aparente normalidad y de la rutina, se pueden esconder muchas más cosas. Con este segundo largometraje, ganador de la Palma de Oro en el reciente Festival de Cine de Cannes, Mungiu ahonda en las heridas del comportamiento común de la era comunista: ocultar, fingir y esperar no ser descubierto.

En la Rumanía de 1987, las dos chicas provincianas intentan llevar a cabo el aborto de una de ellas. Los métodos anticonceptivos son tan escasos como la voluntad de los médicos para realizar operaciones ilegales. Los precios son extremadamente altos. Gabita, la chica de pelo negro, es quien está embarazada, si bien Mungiu permanece más cerca de Otilia, la chica rubia, que intenta hacer todo lo posible para ayudar a su amiga, teniendo aún así otras dificultades en su vida, incluida la fiesta de cumpleaños de la madre de su novio, donde será presentada a la familia del chico.

En una película de intensas secuencias (algunas de ellas, gráficas); la cena de cumpleaños puede destacarse como una de las más llamativas. En una sola secuencia, se discuten todos los males de la sociedad rumana, en lo que podría ser una charla inofensiva alrededor de la mesa, sin embargo, esta charla esconde muchas verdades profundas. Lo que la hace aún más incómoda es que se juega de nuevo con lo que se esconde tras la cámara. Mientras que Otilia se ve obligada a socializarse con su posible futura familia política, Gabita permanece en la habitación de un hotel, esperando los trámitess del aborto. En lo que dura la cena, ni Otilia ni los espectadores conocen nada sobre el destino de Gabita.

Como todas las escenas de la película, la de la cena está rodada en una larga toma que combina un plano fijo prolongado con un movimiento de cámara que sigue al personaje o al principio o al final de la escena. Mungiu y el director de fotografía Oleg Mutu realizan una película de contrastes dentro y fuera de la pantalla, de movimientos y estancamientos, encuadrados por el marco y desencuadrando, con una fotografía que refuerza los temas de la película en cada momento.

Lo que emerge es el retrato de una sociedad en la que los cigarrillos extranjeros utilizados para sobornar a la gente adquieren una importancia que revelan la carencia de una interacción social normal del país y el desarrollo de un conjunto de valores compartidos. El médico que realiza el aborto (interpretado con una intensidad poco habitual por Vlad Ivanov) pide un precio que no equivale al hecho de poder acabar entre rejas, pero es el resultado del miedo devorador de la gente de ser encontrado por no atenerse a las reglas.

Ello crea un mercado negro donde los artículos, tanto materiales como inmateriales, serán para el mayor postor, viéndose algunos forzados a pagar, literalmente, precios devastadores. Tal es el caso de Gabita y Otilia, cuyas preocupaciones no las dicta su propia educación moral, sino el terrible sistema político que impregna cada elemento de sus vidas.

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(Traducción del inglés)

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