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PELÍCULAS / CRÍTICAS

25 kilates

por 

- Patxi Amézcua ha escrito y dirigido este nervioso thriller apoyándose en dos personajes al límite: un hombre y una chica que se juegan sus vidas a la última carta

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, la comedia de Woody Allen, ofrecía la imagen de una Ciudad Condal colorista, fotogénica y soleada, 25 kilates [+lee también:
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desnuda su reverso. En rincones sucios, ruinosos, oxidados e industriales, donde la podredumbre corroe tanto el escenario como a sus personajes, se mueven los protagonistas de esta película que debe mucho al cine de policías norteamericano.

La cámara siempre inquieta de Patxi Amézcua sigue la estela de Abel (Francesc Garrido), un hombre tan desubicado tras la muerte de su mujer, que ha dejado a su hijo al cuidado de los abuelos, pues siquiera sabe cuidarse de sí mismo. Un matón de segunda, que se gana la vida logrando que los deudores paguen lo que deben a su jefe a base de métodos tan poco legales como destrozándoles sus vehículos. Un hombre sin futuro, sin ideales, un superviviente que arrastra su existencia…hasta que conoce a Kay (Aida Folch). Ella es la hija de Sebas, un chorizo patoso, trapichero y egoísta (Manuel Morón), una muchacha que también sobrevive en las calles corrompidas, en su caso robando coches a base de engañar a los conductores: simula accidentes para que se bajen del vehículo, momento que aprovecha para hacerse con el botín. Pero en uno de sus trabajos, las cosas le salen mal y cuando parece que va a ser atrapada, Abel la ayuda.

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Este encuentro entre dos animales heridos -dos fuera de la ley, dos parias de una sociedad cruel e inhumana, esa jungla donde son dos fieras más luchando con todas sus armas- alimenta la esperanza que necesitan para reaccionar, y también les insufla la energía de la complicidad necesaria para dar el último salto, ése que les saque del agujero en el que (mal)viven. Darán un golpe final, jugándoselo todo, pero pudiendo ganar algo parecido a la vida soñada.

Amézcua logra, con una cámara nerviosa y un montaje endiablado, que nos creamos esta historia poco habitual en el cine español. Curtido en el thriller gracias a los guiones que escribió para El Viaje de Arián y Trastorno, el cineasta demuestra poseer pulso para el cine de género, sea terror o policíaco, para crear suspense e intriga, sembrar giros y sorpresas. Una cualidad alimentada con la lectura de las novelas negras de Raymond Chandler, Dashiell Hammett y James Ellroy, entre otros autores norteamericanos. Y con el disfrute apasionado en la contemplación de clásicos del cine como Perdición, La jungla de asfalto, La huida y Chinatown, combinados con títulos contemporáneos como L.A. Confidential, Heat y Camino a la perdición, además de Amor a quemarropa (True romance): no en vano, una endurecida pero siempre sexy Aida Folch recuerda bastante, con su corte de pelo y su actitud salvaje, a la Patricia Arquette de la cinta de Tony Scott.

Todos estos referentes y el curtido oficio de Amézcua como guionista han servido para hilvanar una trama sofisticada, bien construida y con giros sorprendentes, sólidamente afianzada en personajes principales y secundarios alejados del estereotipo y armados de conflictos íntimos y familiares. Por supuesto, el género lo exige y así la acción ocupa su lugar de honor en una cinta donde no faltan las dosis justas de romance y sexo. Una acción bien coreografiada, con un montaje agitado, en consonancia con la tensión que sufren sus protagonistas, unos lobos heridos que por fin ven una luz que les guíe para salir de sus tenebrosas cuevas.

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