María está esperando una niña y aunque ya no está embarazada sigue esperando; espera a que su hija nazca o muera. Si hay una cosa que María no es capaz de hacer es esperar y, por eso, estos tres meses en los que ha tenido que hacer frente a la espera de saber si su hija Irene saldrá o no de la incubadora la han pillado por sorpresa. Maria, que está acostumbrada a tomar todas las decisiones sola y a no confiar más que en sí misma, se ve obligada a sumergirse en un estado pasivo de apnea que le permite excluir al resto del mundo y encerrarse en el espacio blanco de la espera. Sin embargo, este esfuerzo de doloroso aislamiento consume hasta su último remanente de energía y la burbuja de aislamiento en la que María se ha encerrado al ponerla a prueba acaba explotando. María tiene que salvarse si quiere salvar a su hija.