¿Comer insectos salvará al planeta? Los insectos como alimento es un tema de gran actualidad. Particularmente desde que hace unos años la ONU recomendara los insectos comestibles como un recurso con el que luchar contra el hambre en el mundo. Desde entonces han sido ensalzados por su sabor por cocineros y gastrónomos, por su bajo impacto ecológico por los ambientalistas y por su contenido nutricional por investigadores en salud pública. Parece como si los insectos fueran el nuevo superalimento que solventará nuestros problemas globales de seguridad alimentaria. Durante los últimos tres años, el equipo Nordic Food Lab, situado en Copenhague y compuesto por chefs e investigadores, ha estado viajando por el mundo para conocer qué tienen que decir los 2.000 millones de personas que ya han comido insectos. Andreas Johnsen los sigue mientras ellos buscan, crían, cocinan y saborean insectos junto con distintas comunidades en Europa, Australia, Méjico, Kenia, Japón y muchos más. Durante su travesía se encuentran de todo, desde las reverenciadas termitas reina y las exquisitas hormigas de la miel, hasta avispones gigantes venenosos y saltamontes longicornios, que se capturan usando potentes focos que en ocasiones causan ceguera temporal. A lo largo de las experiencias con el equipo y de las conversaciones en el campo, en visitas a granjas y en conferencias internacionales, algunas preguntas difíciles salen a la luz. Si los insectos producidos industrialmente se convirtieran en la norma, ¿serían tan sabrosos y beneficiosos como aquellos que hay en ecosistemas saludables y diversos y en las cocinas de medio mundo? ¿Quién se beneficiará a medida que los insectos aumenten? ¿Son los insectos el espejo que refleja nuestro estropeado sistema de alimentación o la panacea que lo arreglará?