La experiencia de los campos de concentración no puede ser contada. El silencio y la incredulidad que recibieron los supervivientes a su regreso les hicieron no querer volver a hablar del tema, o les condujeron al suicidio. El relato de Angelo, rodado por Giovanni Cioni, poco antes de su muerte nos permite escuchar las palabras de su último testigo. Este soldado que luchó en el ejército italiano de Mussolini no era ni judío ni comunista. Y su deportación, entre miles de otras, tras la firma del armisticio con las fuerzas americanas, parece un cruel giro del destino. Cuando todos debían volver a su casa, él fue enviado a Auschwitz y después a Mauthausen. El cineasta aborda los momentos cruciales de este viaje. Él es el compañéro y testigo de Silvano, este último lo ha pedido expresamente. Desea comprender y nos hace comprender qué significa ser un superviviente. No utiliza ninguna imagen de archivo, ningún análisis ni comentario; nos invita a creer su relato, a penetrar a través de esas palabras tan crudas, cuya repetición nos deja helados: cadáveres en las cámaras de gas, hornos crematorios, torturas y hambre. La película no es una clase de historia, sino un impactante intercambio de perspectivas al final de una vida arruinada. Eso es lo que nos trastoca tanto.