Rebecca, de 32 años, y su pareja Julian, dos años mayor, esperan llenos de júbilo su primer hijo. Cuando Rebecca da luz a un niño sano, su felicidad parece completa. Pero Rebecca no siente el incondicional amor materno que esperaba. Desorientada y desesperada, su propio bebé le parece un perfecto extraño. Cada día que pasa, su incapacidad para cuidar de su hijo se vuelve más y más evidente. Al no poder hablar de esto con nadie, ni siquiera con su marido Julian, comienza a pensar que es una amenaza para su propio hijo. Finalmente, se descubre la gravedad del estado de Rebecca y es internada en una clínica. De camino hacia el hospital, por primera vez empieza a echar de menos el tacto, el olor y la risa de su bebé.