Ofka se ha quedado atrapada en un extraño sopor: mientras que la mayoría de sus amigos de la escuela han continuado con sus estudios, ella se niega a abandonar la comodidad ilusoria de la infancia que está, sin embargo, empezando a agobiarle. Cubre el turno de noche en una tienda que abre las 24 horas que pertenece a su cuñado Eda; las historias de vidas desperdiciadas que le cuentan clientes ocasionales y habituales apenas calan en ella. Ofka se escapa de vez en cuando a tomar una copa con sus amigos a las orillas del Moldava, y recorre las calles con el singular Ubr que, además de estar irremediablemente enamorado de ella, tiene una fascinación por los contenedores de basura. Ofka intenta evitar a Míra –él la ha dejado - , pero es cada vez más evidente para ella que, un día, tendrá que dejar atrás su infancia, cruzar las fronteras del barrio donde nació y continuar con su vida.