Bobo Jelcic • Director
La tensión de un día extraño
por Vladan Petković
- El guionista y director croata explica cómo consiguió la peculiar atmósfera que respira su primer largometraje: A Stranger.
El primer largometraje del guionista y director de cine croata Bobo Jelcic, A Stranger [+lee también:
crítica
tráiler
entrevista: Bobo Jelcic
ficha de la película], celebró su estreno mundial en la sección Forum de la Berlinale y viajará próximamente al mercado de cine de Cannes. Jelcic explica cómo consiguió la peculiar atmósfera que sostiene tanto la película como la atención del espectador y cómo se vende un guion en el que prácticamente no sucede nada.
Cineuropa: Usted nació y creció en Mostar. ¿Qué hay de autobiográfico en la película? ¿Cómo se siente usted en Mostar?
Bobo Jelcic: Todas las películas deberían ser, en cierto modo, autobiográficas, porque uno solo puede hablar con propiedad y responsabilidad de las cosas que conoce y, sobre todo, de las que ha vivido en carne propia. Esta película habla de cosas que me atrevo a contar, cosas que conozco muy bien: los sentimientos, la mentalidad y los asuntos de la ciudad. Son, en gran medida, de lo que estoy hecho. Hoy en día, cuando voy a Mostar, tengo sentimientos encontrados. Es como si me teletransportase a mi infancia sin previo aviso. Aunque no hubiese habido guerra, habría dado igual. No cabe duda de que la guerra cambió mucho las cosas y uno nunca está seguro de las emociones ni de cómo definirlas. En cualquier caso, las emociones más interesantes son las que no pueden definirse.
Es obvio que esta película no habría funcionado sin el actor apropiado para el papel protagonista. ¿Cómo decidió que Bogdan Diklic sería Slavko?
Ya nos conocíamos de antes. [La productora teatral] Natasa Rajkovic y yo estábamos trabajando en un proyecto para el teatro de Belgrado en el que participaba también Diklic. Aquel proyecto no salió adelante al verlo trabajar supe inmediatamente que Diklic podría encajar en el papel, precisamente por como es: áspero y amable, rudo y gentil, viejo e infantil… como el protagonista de la película. Mi método de trabajo consiste en racionalizarlo todo durante los primeros ensayos para que todo el mundo entienda bien todos los puntos importantes: personajes, argumento, incluso la visión del mundo. Nuestra colaboración fue muy estrecha.
¿Cómo se vende un proyecto como este, con un guion en el que prácticamente nada ocurre, a la hora de conseguir financiación?
No estoy del todo de acuerdo; en realidad, suceden muchas cosas en el guion: en ese día de su vida, Slavko está muy ocupado, ocurren muchas cosas a su alrededor. Él está en continuo estado de búsqueda, al acecho, en cierto modo. El hecho de que al final del día no haya hecho nada es un asunto distinto. Es precisamente en esa extrañeza de su día donde encontramos una historia extremadamente emocional y fuerte. El centro audiovisual croata fue la única fuente de financiación a la que podíamos optar que reconociera el valor del guion y nos ayudó desde el principio. Con los demás no fue tan fácil. En Bosnia también contribuyeron a la financiación de la película hasta donde pudieron. En cuanto a los fondos para el cine extranjeros, solo Global Film Initiative comprendió qué tipo de película nos traíamos entre manos. Nos rechazaron en numerosos foros de coproducción porque, sencillamente, la historia no iba con ellos. Nuestra perseverancia, no obstante, valió la pena y pudimos hacer la película con los recursos que teníamos a nuestro alcance.
¿Cuál fue el mayor reto a que os enfrentasteis a la hora de producir la cinta?
Desde un punto de vista artístico, supuso un reto traspasar el “código” del guion a la propia película: esta sensación de que nada ocurre pero la tensión se mantiene sin demasiado drama ni tragedia, simbolismo o sentimentalismo barato. Toda la obra respondía a la intención de valorar cómo están las cosas en Mostar; con emoción pero sin insistencia. Ni siquiera es fácil de explicar, como puede ver. A nivel técnico, no fue un proyecto que requiriera mucho; el único problema que tuvimos fueron la nieve y la lluvia en Mostar, que nos obligaron a posponer el rodaje porque necesitábamos que fuera primavera. Esto también confirió algo a la película: ese color especial de la luz que se traduce en una atmósfera en la pantalla bastante especial.