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Bélgica

Thierry Michel • Director de L’Empire du Silence

"No podemos seguir observando para siempre, sin decir nada ni hacer nada"

por 

- Con su documental, el director mira hacia los 25 años de guerra en la República Democrática del Congo, enfrentada con la ceguera y la sordera de la comunidad internacional

Thierry Michel  • Director de L’Empire du Silence

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, la duodécima y última película centrada en el Congo de Thierry Michel, constituye un recorrido por ni más ni menos que 25 años de una guerra a la que nadie se refiere como tal en la República Democrática del Congo, donde las repetidas masacres, los graves abusos y los crímenes cometidos con total impunidad no hacen más que ignorarse por parte de un Estado congoleño en bancarrota y una comunidad internacional que hace oídos sordos y la vista gorda.

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Cineuropa: ¿Qué te impulsó a hacer esta película?
Thierry Michel:
El Dr. Mukwege, premio nobel al que dediqué mi película L’Homme qui répare les femmes: La colère d’Hippocrate [+lee también:
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, se puso en contacto conmigo para señalarme que aún no habíamos alcanzado nuestro objetivo con aquella película. Los generales y los políticos siguen en el poder a pesar de tener las manos manchadas de sangre, y eso genera una situación desastrosa a más no poder. Me dijo: "Empecé a tratar a mujeres violadas hace muchos años, después vinieron sus hijas y ahora sus nietas. Este ciclo de impunidad es increíble y absolutamente intolerable ".

En este sentido, tenía los objetivos de viajar por el mundo y hablar con las principales instituciones para averiguar por qué seguía produciéndose esta situación, filmar en estos lugares y preguntar qué habían hecho las Naciones Unidas, el Parlamento Europeo, el Congreso de Estados Unidos y el Consejo de Derechos Humanos al respecto. Asimismo, tenía la intención de volver al Congo, al corazón mismo de los bosques donde se encuentran los supervivientes de estas masacres, para dar voz a todas estas víctimas. No quería perder de vista tampoco a las potencias extranjeras, Uganda y Ruanda, que han hecho la guerra en el Congo para apoderarse de las riquezas diamantíferas del país, especialmente en Kisangani. Se trataba, por tanto, de volver a trazar la cronología de la historia congoleña de los últimos 25 años con el fin de comprender mejor cómo ha evolucionado este conflicto.

Este conflicto interminable es una verdadera tragedia en el corazón mismo de África, una tragedia que ahora se escribe con sangre.
Sí, y también se trata de una tragedia en el sentido teatral de la palabra. En mi opinión, constituye una tragedia shakesperiana en la que se enfrentan países, potencias y hombres, personajes sin sentido. Está Mobutu, el viejo dictador caído que muere en el exilio; Kabila, el autoproclamado presidente títere de Uganda y Ruanda, que se vuelve contra sus amos y acaba siendo asesinado por su guardaespaldas; y luego está el hijo que toma el relevo de su padre como si de una monarquía se tratara, un joven que se hace con el poder como un flamante déspota y se aferra a él a pesar de la constitución del país.

La película juega con el factor de choque estético, de manera que se alternan los bellos paisajes con las horribles e insoportablemente violentas imágenes de archivo. Cuanto más bello y rico es el país, más parece destinado a sufrir. Esta especie de ironía acaba por adquirir la forma de la tragedia.
Ya en L’Homme qui répare les femmes: La colère d’Hippocrate, me di cuenta de que tendría que examinar la belleza para poder profundizar en el horror, y con ello me refiero a la belleza del paisaje, la belleza de las mujeres en su resistencia, la belleza del médico. Recogimos múltiples testimonios, todos muy inspiradores. En mis películas anteriores, jugábamos sobre todo con sugerencias, no había imágenes. Sin embargo, para esta película decidí que teníamos que llevar las cosas a su conclusión lógica. Necesitaba que la cinta aportara pruebas incriminatorias que pudieran servir para hacer justicia. Teníamos la obligación de mostrar hasta dónde llegaba el horror y despertar en el espectador un sentimiento de rebelión absoluta.

Más allá del silencio, que ha estado reinando hasta no hace mucho, lo que más impacta es ver cómo muchos de los que están siendo testigos de esta situación dramática miran hacia otro lado.
Sí, se trata de una especie de juego hipócrita cuyos participantes rozan la complicidad. Decimos que nos ocupamos del Congo, pero en realidad no hacemos nada, ¡les abandonamos a su suerte! Hacemos la vista gorda ante el hecho de que el general en jefe es un conocido criminal de guerra que debería haber sido llevado ante el Tribunal Penal Internacional hace mucho tiempo. Ni siquiera somos capaces de decir los nombres de los criminales condenados, ni del Jefe del Estado Mayor del país vecino que sembró el terror en el Congo. El Alto Comisionado para los Derechos Humanos lo admite en la película: "He fracasado". Como insiste el Dr. Mukwege, tenemos que cambiar nuestro modus operandi ya. No podemos quedarnos de brazos cruzados sin decir ni hacer nada mientras se van acumulando los muertos.

Pero la ONU parece estar empezando a tomar cartas en el asunto. Acaban de adoptar una resolución en la que piden al Congo que ponga en marcha, tal y como explicó recientemente el Dr. Mukwege, "una estrategia nacional de justicia transicional para promover la verdad y garantizar la admisibilidad de los crímenes del pasado, así como la reparación de las víctimas y garantías de no repetición".

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(Traducción del francés)

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