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NAMUR 2023

Bernard Bellefroid • Director de Une des mille collines

"Para los supervivientes, el genocidio es aún algo con lo que viven en el presente"

por 

- El cineasta belga habla sobre su nuevo documental, que explora la búsqueda de la verdad y de la justicia en Ruanda, 30 años después del genocidio

Bernard Bellefroid  • Director de Une des mille collines
(© Aurore Engelen)

Nos hemos sentado a hablar con el cineasta belga Bernard Bellefroid sobre su nueva película, Une des mille collines [+lee también:
crítica
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ficha de la película
]
, que, tras haber sido presentada en la competición oficial del Festival Internacional de Cine Francófono de Namur (FIFF), ha sido galardonada con el premio de la crítica y el premio del público al mejor documental. La película aborda la búsqueda de la verdad y la justicia en una Ruanda en la que se cumplen 30 años del genocidio.

Cineuropa: ¿Cuál es el origen de este documental en el que has decidido volver a rodar en Ruanda, como ya hiciste en Rwanda, les collines parlent?
Bernard Bellefroid: Rodé la película de la que me hablas en 2005, y se trataba de un documental en torno a los tribunales de justicia comunitaria desarrollados en tres pueblos ruandeses y conocidos como los “gacaca”. Aquel trabajo me dio la oportunidad de conocer a gente con la que seguí viéndome con regularidad a posteriori, de manera que desarrollé relaciones bastante sólidas con varias personas. Fui testigo de una especie de evolución en la aldea, un progreso que condujo hacia la reconciliación, el perdón y la convivencia. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía que dar visibilidad a esta evolución.

Vistas desde fuera, estas nociones de reconciliación pueden parecer muy difíciles de entender.
Sí, y se trata de un proceso que ha de hacerse en el momento adecuado. Durante los gacaca, algunas ONG hicieron de la reconciliación y de la garantía de convivencia un requisito para poder realizar su trabajo. Pero la gente de Ruanda seguía estando segura de que todavía no era el momento para eso, ya que primero había que hacer justicia. Hoy, las cuestiones de reconciliación están sobre la mesa. Comprendo que las autoridades ruandesas tengan que abogar por la reconciliación y la resiliencia, pero también pienso que se trata de viajes individuales y personales. Hay personas que no quieren recordar y personas que nunca olvidarán, así como también las hay con la intención de perdonar. Hay viajes de todo tipo, y creo que debemos respetar el viaje individual de cada uno.

Precisamente, la película se centra únicamente en tres niños y una comunidad.
Tenía claro que lo que tenía que hacer era abordar algo muy pequeño e ir lo más lejos posible con ello. La muerte de Fidéline, Fiacre y Olivier constituye uno de los sucesos más impactantes del genocidio en el pueblo. Quería que su historia se hiciera eco de la de todos los demás niños y adquiriera una dimensión universal. Estos tres niños fueron asesinados delante de todo el pueblo, y mucha gente sabe lo que les ocurrió, pero no quiere hablar de ello. Es desconcertante.

El retrato de estos niños es también un retrato de la comunidad.
La cuestión era hacer visible lo invisible. Ya no queda ni rastro de estos niños, no hay fotos, no hay nada. El genocidio constituyó también un exterminio simbólico. Se borró su existencia administrativa e íntima, como si nunca hubieran existido. Hice la película a modo de restauración simbólica de su memoria, a partir de imaginar los caminos que podrían haber recorrido. El documental pinta el retrato de una comunidad en la que múltiples personas miraron hacia otro lado a causa del miedo. Y yo me pregunto: si hubiera sido uno de los habitantes del pueblo, ¿en qué bando habría estado? Se trata de un genocidio que tuvo lugar lejos de Kigali y de las fuerzas armadas ruandesas, y es que los autores de estas atrocidades fueron personas normales y corrientes: profesores, agricultores… La participación de todos ellos en el genocidio les convirtió en criminales.

Levantar el velo de la verdad en un pueblo así no tiene que haber sido nada fácil. De hecho, la relación con la verdad no tiene nada que ver a unas colinas de distancia.
En un momento dado, la película choca contra un muro, y es que me doy cuenta de que ya no puedo conseguir que hablen más. La Verdad con V mayúscula es aterradora. Mi idea siempre fue la de filmar la verdad del equilibrio en el que las personas acordaron convivir, así como la verdad judicial a la que llegaron. Sin embargo, esta verdad no nos da la llave para saber qué ocurrió realmente con los niños. La justicia y los gacaca trajeron consigo condenas, pero no la verdad. A solo 30 kilómetros de allí, ocurrió todo lo contrario: se reveló la verdad, pero no hubo juicios. La película muestra cómo las heridas todavía no han cicatrizado, y cómo el genocidio sigue presente en la vida de los supervivientes. En la primera parte de la película, hago un esfuerzo por poner en el marco tanto a los criminales como a los supervivientes. En la segunda, los dos ya están en el marco, y ese marco es horrible, es una prisión. Me da la sensación de que empiezo donde me hubiera gustado que acabara mi primera historia. Otra de las cosas sobre las que la película nos incita a reflexionar es sobre cómo estos dos tipos de personas son capaces de permanecer en el mismo marco.

(Traducción del francés)

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