Bogdan Mureşanu • Director de The New Year That Never Came
"Quería hacer una 'feel good movie'"
por Fabien Lemercier
- El director habla sobre su virtuosa y divertida tragicomedia formada por seis historias interconectadas durante 24 horas, en el primer momento de la revolución rumana de 1989

The New Year That Never Came [+lee también:
crítica
tráiler
entrevista: Bogdan Mureşanu
ficha de la película], la ópera prima del director rumano Bogdan Mureșanu, ha sido presentada tanto en la sección Orizzonti del Festival de Venecia de este año, donde ha salido vencedora, como en el 25.º Arras Film Festival, en el que la película fue galardonada con el Atlas de Plata y Mureșanu recibió el premio al mejor director del certamen y el premio Regards Jeunes otorgado por un jurado formado por estudiantes.
Cineuropa: ¿Qué te llevó a querer echar la vista atrás al período revolucionario rumano de 1989?
Bogdan Mureșanu: Hay menos películas sobre este tema de las que pensamos, y se trata de un tema muy importante no solo para la historia de Rumanía, sino también para la del continente europeo, ya que la separación entre Europa Oriental y Europa Occidental fue algo vergonzoso y completamente antinatural. Yo era solo un niño entonces, pero recuerdo muy bien el día 21 de diciembre de 1989; recuerdo que la revolución, cuya atmósfera he tratado de recrear al final de mi película, fue un verdadero milagro. Era como una expansión del tiempo en la que cada segundo se convertía en una eternidad de inmensa alegría. Daba la sensación de que lo que estaba ocurriendo sobrepasaba los límites de la realidad. Pero la violencia, las muertes y la decepción no tardaron volver a manifestarse durante los meses y años que siguieron. Sin embargo, como quería hacer una “feel good movie”, decidí poner fin a la historia en el momento en que todo seguía siendo perfecto.
¿Por qué te decantaste por el género de la tragicomedia?
Porque los personajes no son conscientes de que habrá un final feliz. Viven en la tragedia, en un mundo de miedo, paranoia y desesperación, casi como en una cárcel, como ratas de laboratorio que no saben exactamente dónde está la salida, o si siquiera la hay. Pero para los espectadores es una comedia, porque ya conocen el final de la historia, ya saben que el régimen de Ceaușescu caerá. Sin embargo, lo que no saben es cómo afrontarán la situación los personajes. Todo ello está también relacionado con la tradición rumana del humor negro, que consiste en la mezcla de risas y llantos.
¿Qué nos puedes decir de la estructura de mosaico con seis personajes principales e historias entrelazadas?
Tenía muchas historias en mente que ya había desarrollado para cortometrajes y mediometrajes, así que decidí entrelazarlas. Se trataba de un reto de escritura de lo más complicado, pero la idea me fascinaba. Todo este entrelazamiento de personajes era casi matemático, porque la trama transcurre de un día para otro. Me vi obligado a lidiar con toda la libertad y las limitaciones del ejercicio. El ajustado marco temporal es también una marca de lo que se ha llamado la Nueva Ola del cine rumano, pero puede que a los espectadores les vengan a la mente también las tragedias griegas. Añadí un estilo documental más en la línea del Dogma danés, pero muy guionizado, en lo que a mí respecta. Tenía que asegurarme de que el guion no dominara la propia película, y de ahí el estilo documental, para conseguir una mayor fluidez.
¿Seleccionaste a estos seis personajes principales para ofrecer una representación lo más amplia posible de la sociedad rumana de la época?
En cierto modo, sí, aunque tuve que contenerme, ya que combinar seis historias entrelazadas con seis personajes principales y otros muchos secundarios era bastante peligroso, puesto que el espectador podría tener dificultades a la hora de seguir a los distintos personajes. Pero investigué un poco sobre este tipo de narrativa múltiple y volví a ver películas como Magnolia, de Paul Thomas Anderson, Vidas cruzadas, de Robert Altman, Días perros, de Ulrich Seidl, y Amores perros y Babel, de Alejandro González Iñárritu.
En general, la película resulta de lo más entretenida, pero también retrata con precisión la naturaleza opresiva de un régimen totalitario.
Es muy importante que nadie olvide la naturaleza de este tipo de régimen, sobre todo ahora que existe el riesgo de volver a caer en él. Tenemos la impresión de que las democracias son eternas, pero no es así. A ningún país —ni a ninguna persona— le gusta mirarse en el espejo, pero las naciones que tienen el valor de hacerlo salen más grandes y mejores, y las películas pueden convertirse en vehículos para ello.
(Traducción del francés)
¿Te ha gustado este artículo? Suscríbete a nuestra newsletter y recibe más artículos como este directamente en tu email.