SAN SEBASTIÁN 2025 Competición
José Luis Guerín • Director de Historias del buen valle
“Sólo concibo la filmación a partir del afecto”
por Alfonso Rivera
- El cineasta regresa al certamen donde ya triunfó y nos habla de jóvenes cineastas, de la diversidad humana que puebla su nuevo film y hasta de cuánto odia el (ab)uso de drones

El maestro José Luis Guerín ha vuelto a la competición del Festival de San Sebastián, en donde se ha llevado otra vez el Premio Especial del Jurado, con el film de no ficción Historias del buen valle [+lee también:
crítica
entrevista: José Luis Guerín
ficha de la película], rodado en la periferia de su Barcelona natal. Nos citamos con el cineasta.
Cineuropa: ¿Cómo sobrevive alguien que estrena tan poco?
José Luis Guerín: Son tan distantes en el tiempo mis películas que he tenido que buscar soporte económico y casi siempre lo he hecho en la docencia, que me divierte más que hacer publicidad. Me agrada ver cómo piensan el cine las personas jóvenes y soñar las películas que quieren rodar. Hago muchas tutorías. Es una manera de seguir pensando como cineasta.
¿También le estimula el sentir esa energía juvenil?
Energía y estupor, a veces… Porque curiosamente hay jóvenes terriblemente viejos, que hacen cine por inercia, de repetición de fórmulas, y que no han visto cine, lo que me plantea una dificultad. Antes podías citar a los clásicos y todo el mundo sabía a quién te referías si hablabas de Fritz Lang o Charles Chaplin, y ahora ni siquiera. De hecho, una de las cosas que siempre propongo a los alumnos que me presentan sus proyectos es que hagan una pequeña filmografía de algunos títulos que les han precedido en el mismo tema que van a abordar ellos. Y me parece asombroso que no surja de manera espontánea esa curiosidad hacia quienes han filmado algo antes. Yo empiezo mis películas así: cuando voy a un lugar, leo y me documento, buscando qué imágenes cinematográficas me han precedido.
Pero en el caso del barrio de Vallbona no había nada, ¿verdad?
¡Exacto! Solo utilizó algunas localizaciones Marc Recha para su película Petit indi [+lee también:
tráiler
ficha de la película]. Eso me llevó a empezar a filmar en súper 8 mudo, porque ese lugar era atemporal, con espacios sin asfaltar y los chavales bañándose en los arroyos. Estos motivos visuales me retrotraían a los años sesenta o más atrás, recordándome a El Jarama, la novela de Rafael Sánchez Ferlosio, cuando la playa era más privativa de una clase social y los picnics populares se desarrollaban en los ríos. Esa atemporalidad me llevó a empuñar de nuevo la misma cámara con la que empecé a filmar en los años setenta. La quise recuperar porque me retrotraía a imágenes que viví en esos años y filmé el presente con el sentimiento pretérito de estar generando imágenes de archivo.
¿Y esas imágenes constituyen el encargo del que surgió después este largometraje?
Sí, del encargo que me pidió el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona), lo cual me despertó el deseo de seguir explorando ese territorio, de crear vínculos con ese lugar, que no podía abandonar. Me enamoré de esas gentes. Porque sólo concibo la filmación a partir del afecto, lo cual es una limitación como cineasta. Creo que puedo señalar la monstruosidad, pero no filmar monstruos. Cuando filmo a una persona creo un vínculo.
Supongo que entre todas las personas del barrio que aparecen en el film, has elegido a las más empáticas…
Está el gusto que transmiten ciertas presencias por su calidad de personaje, pero de otro lado eran importantes los conceptos que encarnaban y cómo describen la morfología humana de este lugar.
Esa diversidad que es reflejo del mundo, una riqueza en contra de cierto discurso que la niega.
El nacionalismo proyecta los demonios afuera de uno mismo. Se percibe como una pureza y autenticidad que se adultera con la presencia de los otros, y yo no sé verlo más que al revés, hay solo ventajas, pues esos extranjeros han enriquecido las ciudades con su presencia. Y me acuerdo de cuando, en los años setenta, hacía mis peregrinajes para ver películas a París y el asombro que me causaba ver en el metro una diversidad humana tan grande. Y cuando regresabas aquí solo había una uniformidad gris, y la gente se vestía igual… No me creo que nadie quiera volver a eso. Echar la culpa de sus males a los más débiles y desprotegidos me subleva.
La cinta es una declaración de amor a este lugar y esas gentes, donde no se ven teléfonos móviles…
Sobre todo, no se ven drones, que ofrecen un punto de vista inhumano, porque nadie mira como un dron. Detesto el uso de drones, es como el abuso del zoom en los sesenta o la steadicam creando películas ingrávidas, como flotando. Deberían pagar más impuestos quienes usan drones en el cine.
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