La línea blanca, entre la adolescencia y la madurez
Olivier Torres continúa su personal camino de exploración de la adolescencia y las relaciones paterno-filiales iniciado con La nuit sera longue, 2003. Jean (Pascal Bongard) nunca ha estado presente para su hijo, dedicando toda su vida a sus pasiones: el teatro, las mujeres... Cuando su padre está a punto de morir, él se encuentra en plena tournée con su última obra; el único que acompaña al anciano en su lecho de muerte es su nieto Sylvain, hijo de Jean. La línea blanca nace de la coyuntura de un padre que debe afrontar de una vez por todas su paternidad y de un hijo ávido de referentes en su salida al mundo adulto. Aunque la cinta no se sirve de estereotipos manidos sobre familias desestructuradas o el paso de la adolescencia a la madurez, la construcción del personaje del padre sí que se nos presenta en ocasiones un tanto caricaturizada. A veces es difícil discernir si el adolescente es el Sylvain o Jean.
Como en casi toda historia iniciática, el argumento está vinculado a un viaje, que en este caso toma la forma durante el primer tercio de la película de una road-movie al más puro estilo americano, con idílicos paisajes naturales y cowboys incluidos. Cuando este filón se agota, Torres se concentra en la vida en común de los dos protagonistas en París, donde ambos aprenderán poco a poco a conocerse. A pesar de la deriva narrativa de la cinta, la película se sostiene en una buena construcción de situaciones de conflicto y acercamiento entre Jean y Sylvain, así como en una estupenda interpretación de Pascal Bongard, quien da vida a ese padre, actor patológico, que se dedica a interpretar dentro y fuera de los escenarios. Conforme va tomando consciencia de su rol de padre y su hijo pasa a ocupar un lugar en su vida, su histrionismo y ansias de protagonismo se van diluyendo.
La película no da recetas ni respuestas, más bien pretende mostrar la evolución de unos personajes que se van acercando progresivamente. Olivier Torres no cree en los milagros ni en la trasformación radical de sus personajes, sino en los pequeños cambios cotidianos. A pesar de una puesta en escena en ocasiones fantasiosa en extremo, logra un discurso siempre pegado a la tierra, sin intenciones moralizantes.
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