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VENECIA 2010 Horizontes / Francia

La bella durmiente, un cuento refinado de Catherine Breillat

por 

El director Marco Mueller dice que “la juventud, en el cine, es una cuestión que no depende de la fecha de nacimiento“. No sorprende entonces que Horizontes, la sección mas innovadora del Festival de Venecia, se inaugure con la nueva película de una cineasta, Catherine Breillat, que tiene más de sesenta años y a pesar de ello siga sorprendiendo – aunque no convenza del todo – con temas sin duda peculiares.

La bella durmiente, como la anterior Barba Azul [+lee también:
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, adapta un cuento tradicional europeo (sobre todo la versión de Charles Perrault), aunque no se trata una simple adaptación ni de una modernización, sino más bien de una relectura que acoge toda su carga simbólica.

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Asociada demasiado a menudo, y demasiado superficialmente, al cine “provocador” (sobre todo a causa de las dos películas protagonizadas por el actor porno Rocco Siffredi, Romance y Anatomie de l’enfer [+lee también:
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ficha de la película
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), Breillat es sin embargo una cineasta capaz de grandes finezas – como demostró, precisamente en Venecia, con uno de sus títulos menos concocidos, Brève traversée - y una predilección por el paso de la infancia y de la adolescencia. Una iniciación a la vida de adulto, una sutil línea de sombra iluminada primero por la curiosidad y luego por el descubrimiento del sexo.

La misma curiosidad que empuja a la joven Anastasia (Carla Besnainou), que a los seis años lee sobre genitales y hermafroditas. Apenas nacida, en un mundo de cuentos de “érase una vez” (fotografía obra de Denis Lenoir), el hada Carabosse ha previsto para ella un destino cruel, “mejorado” lo más posible por tres colegas más jóvenes y generosas: en vez de permanecer dormida para siempre, la niña soñará exactamente durante un siglo, despertándose a los 16 años.

Como en una especie de memento mori filmado, los símbolos y alusiones al tiempo que pasa dominan la escena, entre despertares de todo tipo (“soy mi ejército contra el sueño”, dice la futura durmiente), y una burla que habría gustado a Truffaut (“hagámosla dormir cien años, la infancia es interminable”).

Entonces, tras haberse pinchado en el dedo con un huso, llega el largo sueño, un triunfo de las figuras simbólicas y personajes extraños, enanos, niñas gitanas y jóvenes a quienes “la edad ingrata”, la pubertad, ya no permite considerarlos como los más hermosos del mundo. Y, en paralelo, la exploración de una femineidad antes negada (“quiero llamarme Vladimiro”), y cien años después, descubierta. Una iniciación al sexo pero sobre todo a la vida, menos áspera de cuánto habríamos podido esperar de la autora de Une vraie jeune fille. Quizás un poco demasiado complacida de su propio intelectualismo, pero sin poder negar su fascinación.

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(Traducción del italiano)

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